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La alcaldesa ha descubierto la leyenda en la casa de la calle Santa Lucía en la que nació la artista en 1881 y lo ha hecho acompañada por su sobrina nieta, Susana Egea.
La pintora santanderina María Blanchard ya cuenta con una placa propia en la ruta santanderina, una leyenda que la alcaldesa Gema Igual ha colocado hoy en el edificio número 32 de la calle Santa Lucía, lugar en el que nació la artista en 1881.
Acompañada de la concejala de Turismo, Miriam Díaz, y de la sobrina de la pintora, Susana Egea, Igual ha calificado a Blanchard de ser una artista “con mayúsculas” y ha reconocido su “orgullo” porque se una a la nómina de ilustres que cuentan ya con esta placa.
En concreto, con la instalada hoy son ya siete las leyendas que el Ayuntamiento de la ciudad descubre dentro de este nuevo recurso turístico y que cuenta ya con las dedicadas a José María de Pereda, Augusto González Linares, Luis Quintanilla Isasi, Marcelino Sanz de Sautuola, Gerardo Diego y José Hierro.
Durante el acto, Gema Igual ha puesto en valor la figura de Blanchard y ha destacado su importancia dentro de esta ruta, un nuevo recurso turístico y cultural para recorrer Santander bajo otra mirada, siguiendo los pasos de las relevantes personalidades que dejaron su impronta en la ciudad.
Por su parte, Susana Egea, sobrina de la pintora, ha expresado su satisfacción por “tener la suerte” de ser una de las descendientes de una mujer “brillante, inteligente, adelantada a su época y que hizo de su profesión su razón de ser y de existir”.
“Decían de María que era una de las más bellas inteligencias de su tiempo”, ha subrayado, recordando que “el padre de la artista fue la primera persona que adivinó el tempranísimo talento de su hija, a la que siempre alentó, seguro de que algún día escribiría con oro su nombre en la historia del arte. “Ha llegado el momento en que se ensanche el círculo y el mundo entero le sea dado a conocer y amar la figura del artista y su obra”, ha recalcado.
En este sentido, la alcaldesa ha puesto de manifiesto que el próximo año se cumple el 90 aniversario del fallecimiento de la artista y ha avanzado que el Ayuntamiento de Santander ya está iniciando los preparativos para realizar un homenaje “que intentará estar a la altura de la pintora santanderina y de su extraordinaria obra”.
De otro lado, Igual ha detallado que en la primera fase del proyecto, que consta de 15 puntos, también se reconocerá a Concha Espina, en la calle Méndez Nuñez 4; a Benito Pérez Galdós, que veraneó en una casa que estaba situada en la Avenida Reina Victoria 103-105; o a Marcelino Menéndez Pelayo, en su valiosa Biblioteca de nombre homónimo en la calle Gravina.
El listado de Ilustres continúa con la pintora Leonora Carrington, en el Parque del Doctor Morales donde se encontraba el psiquiátrico donde estuvo ingresada dos años; o el cirujano Enrique Diego-Madrazo, que falleció en una casa de la calle Castelar 7.
En esta primera fase también se homenajeará a la fotógrafa María García del Moral, que montó su estudio de fotografía en la calle Gravina 7; la escritora y activista que luchó por los derechos de la mujer Ana María Cagigal que trabajó en el periódico ‘La Voz de Cantabria’ ubicado en la calle San José, 15; y el pianista y director de orquesta Ataúlfo Argenta, en la Plaza Porticada.
La iniciativa se irá ampliando con el tiempo, estando ya prevista una segunda fase que incluirá personalidades como el párroco de la iglesia de Santa Lucía Sixto de Córdova, que vivió en Daoíz y Velarde 13; la religiosa Sor Ramona Ormazábal, en el Parlamento de Cantabria; y el industrial, naviero y banquero, Juan Pombo, Marqués de Casa Pombo, en el Palacio donde se ubica el Real Club de Regatas (Plaza Pombo 3), entre otras.
Sobre María Blanchard
Nacida el 6 de marzo de 1881 en Santander, María Blanchard provenía de una familia acomodada y culta, de la nueva burguesía montañesa, con padre cántabro –de Cabezón de la Sal – y fundador del diario ‘El Atlántico’ y madre francesa –de Biarritz, de la que tomó el apellido.
María nació con un problema físico, a consecuencia de la caída que sufrió su madre embarazada al bajarse de un coche de caballos, una malformación resultante de una cifoescoliosis con doble desviación de columna que condicionaría parte de su vida.
Animada por su familia, en 1903 inició su formación en Madrid en el estudio de Emilio Sala, donde aprendió la precisión en el dibujo y la exuberancia en el color, que influirían en sus primeras composiciones.
Tras morir su padre al año siguiente la familia la arropó en la capital cántabra, donde se trasladaron, y completó su formación en el estudio de Fernando Álvarez de Sotomayor, concurriendo a la exposición de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
En 1907 logró tercera medalla de pintura con la obra ‘Los primeros pasos’ y se trasladó al taller de Manuel Benedito. En ese momento tanto la entonces Diputación de Santander como el Ayuntamiento le concedieron unas becas para proseguir sus estudios en París, ciudad a la que llegó en 1909.
En la capital francesa fue alumna de Anglada Camarasa en la Academia Vitti, y el amor que su profesor le transmitió por los empastes se manifestó en ‘Ninfas encadenando a Sileno (1910)’, su única pintura mitológica, que le valió otra medalla en la Exposición Nacional de Bellas Artes
Al inicio de 1914, María había agotado las prórrogas de sus becas, pero estaba integrada en un grupo de vanguardia que la acogió bien. Junto a Rivera y Gris, entró en una intensa actividad creativa alentada por la vida cultural en un París prebélico pero en ebullición. Precisamente con Rivera y algunos otros acudió, el verano de ese año, a pintar en Mallorca. En aquella época estaba iniciándose en el cubismo.
María se adentraba en las corrientes modernas, pero las becas no llegaban, la guerra continuaba y la familia quería un trabajo estable para ella. Por eso estuvo de acuerdo en hacerse profesora de dibujo y obtuvo plaza en las Escuelas Normales de Magisterio en Salamanca. Pero allí no fue bien acogida, renunció y regresó a París a pesar de la incertidumbre. Comenzó entonces su relación con el galerista Léonce Rosenberg y nunca más regresaría a España.
En 1921 encontró a su principal valedor, André Lhote, y se integró en su entorno, un círculo de una derecha moderada, ilustrada y católica que pudo propiciar su regreso a la práctica religiosa en 1927, muerto Juan Gris. No fue la única en reacogerse a la religión tras una crisis espiritual
Su inspiración fueron los museos y pintó niños jugando, durmiendo, leyendo o rezando, madres jóvenes, ancianas, criadas. En pocas ocasiones representó a mujeres modernas; las suyas se mueven en estancias atemporales; sus muebles son toscos, sus techos, bajos; pinta velas y no lámparas.
Poco tiempo antes de fallecer, Blanchard decía que quería pintar flores, es decir, pinturas amables y sin riesgos, que la alejarían de las incertidumbres académicas y le permitirían entregarse al color.