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Novela “Atrapa el Momento” por Entregas Diarias. Capítulo 8.

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Capítulo Ocho.

-Hasta mañana…

-Por favor, Luís, quédate un momento.

-¿Yo?

Ricardo y María salen. Luís se queda mirando de pie, junto a su mesa, a Miriam, que está sentada a la mesa de su despacho.

El chico no se mueve. Ella suspira y, armándose de paciencia, le hace un gesto con su mano derecha vuelta hacia arriba y moviendo su dedo índice hacia el interior y el exterior.

Luís, con cara de malas pulgas, entra al despacho de su jefa.

-¿Qué quieres?

Ella nota el tono de dejadez de él. Tiene ganas de irse, no de hablar, y menos con ella.

-¿Qué te pasa?

-¿A mi? Nada.

-Sé que te pasa algo. ¿Por qué me ignoras?

-No te ignoro. Cumplo con mi trabajo, ¿no?

–Sabes a lo que me refiero.

-No, no lo sé –miente Luís.

-¿Qué hay de lo nuestro?

-Creí que no teníamos ataduras –dice él.

-Mientras los dos no queramos, no habrá ataduras.

-¿Entonces? ¿A qué viene esto?

-Podemos repetir aquel fin de semana –Miriam habla en un último intento de seguir luchando por la felicidad de ambos, aunque se siente ridícula por insistir tanto. Está a punto de enviarle a freír espárragos pero recuerda a Don José y sus palabras. Le debe un último intento. También piensa en su tía e, interiormente, se calma.

-¿Repetir el fin de semana? ¿Es que no tienes otros con los que ir?

Miriam se ve sorprendida por las palabras de Luís. No entiende lo que quiere decir aunque se siente molesta.

-¿Qué pretendes decir?

-Nada. Eres libre de ir con quien te apetezca.

-Por eso te estoy diciendo lo de vernos el fin de semana.

-Ah, vaya, gracias… Esta semana me vuelve a tocar a mí.

-¿Qué… qué quieres decir?

-Que el del deportivo no debe estar libre.

Miriam está absolutamente desconcertada.

-¿El del deportivo? ¿A quién te refieres?

-Si que tienes mala memoria…

-Te juro, Luís, que no sé de lo que me estás hablando.

-No mientas más, anda… ¿puedo irme?

La chica, cada vez más sorprendida, asiente con la cabeza. Se deja caer en su silla. Luís se da media vuelta para irse.

Todavía tiene fuerzas ella para preguntar algo:

-Luís… ¿de qué me estás hablando?

El se vuelve. Con una sonrisa triste la mira.

-¿No lo sabes?

Ella niega con la cabeza. El ríe con cinismo.

-Pues pregunta… pregunta…

-¿A quién?

-Al que te vio con ese hombre.

-Pero… ¿a qué hombre te refieres?

-Ah, claro… Debe haber más de uno… Me refiero al tipo elegante, al del cochazo… ya sabes…

-No entiendo nada… -Miriam cada vez está más desconcertada. Le parece estar viviendo una pesadilla.

-Pues te vieron, jefa… Besándote con él.

-¿Quién… quién me vio?

-Ah, ya no lo niegas, ¿eh? Te vio alguien de la empresa y, ya sabes, los cotilleos… Todo llega a oídos de todo el mundo.

Luís se la queda mirando. Miriam, desconcertada, piensa en quién pudo verla y con quién, en quién ha mentido para separarla de Luís, para fastidiarla.

Cuando vuelve a la realidad, el joven ya se ha ido.

-Besándome… con un tipo con un cochazo… -se dice a sí misma. Y no cae. No consigue recordar nada semejante-. Seguro que es un invento de alguno de esos miserables que no aguantan que me hayan nombrado subdirectora en lugar de a uno de ellos.

De pronto, a Miriam se le ilumina el rostro. Lo que le ocurre a Luís es lo más sencillo del mundo. Está celoso.

Miriam se levanta, de pronto, con una esperanza en su corazón. Mira por la ventana. El día gris y plomizo le parece ahora como uno de los días más luminosos de todo el año. ¡Luís está celoso! Y, aunque sus celos sean infundados, son una señal. Una señal inequívoca de que la quiere. Miriam no puede reprimir un grito de triunfo.

-Así que está celoso.

-Eso es.

-Ya te dije que le pasaba algo.

-Es estupendo. Tiene celos de un hombre que no existe.

Don José se pasa la mano derecha por la barbilla, pensativo.

-Y dices que ha sido un invento de alguno de esos jefecillos… por envidia…

-Supongo. Usted dijo que procurarían ponerme alguna zancadilla.

-Sí, pero no me refería de este tipo. Lo harán en referencia al trabajo. Pero no en este tipo de asuntos. Además, ninguno de ellos sabe nada de vuestra relación.

-Entonces, no lo entiendo. Se lo ha imaginado él.

-No. Te ha dicho que lo sabe a través de alguien de la empresa.

-Sí. De ahí mis sospechas.

-¿Con quién tiene tratos preferentemente Luís?

-No con muchas personas, desde luego. Aparte de los que estamos con él en la sección.

-Exacto. Ahí debe de estar la respuesta.

-¿Ricardo o María? ¿Por qué iban a hacer una cochinada semejante?

-A lo mejor no es una cochinada. Alguien te vio hacer algo y lo confundió con otra cosa, lo interpretó mal.

-¿Decir que me he besado con un hombre es interpretar mal ir por la calle sola, por ejemplo?

-Piensa… ¿Te has visto con alguien últimamente?

-¿Ahora es usted el que cree en eso?

-Nooo… Responde… ¿Has hablado con alguna persona, un hombre, de alguna cosa últimamente…? En la calle, en un bar… yo qué sé…

Miriam piensa.

-No… Sólo con mi ex marido.

-¡Ahí puede estar la cosa! ¿Qué pasó?

Miriam no se atreve a decirle a Don José que fue a ver a su ex marido por motivos ginecológicos, tras mantener relaciones con Luís.

-Bueno… Es ginecólogo… y no me cobra…

-Ah. Muy bien. ¿Habías estado con mi sobrino íntimamente…? Perdona que te lo pregunte, pero si no, no entiendo una visita sorpresa a un ginecólogo.

La chica sonríe. Se pone roja.

-No te avergüences. Cuando hay amor es lo más bonito del mundo. Y me hace muy feliz saber que Luís y tú os conocéis… tan a fondo.

-Sí… Estuvimos juntos. Y ninguno de los dos tomó precauciones.

-Ncht, ncht… -Don José menea la cabeza en sentido negativo, pero con una sonrisa de oreja a oreja que denota que está contentísimo.

-Bien –insiste el cascarrabias-, ¿y qué pasó con tu ex?

-Nada. Me hizo una revisión y me dijo que lo lógico es que tuviera el período normalmente… Perdone, pero me pone nerviosa hablar de estas cosas…

-¿Estás bien, entonces?

-Eso me dijo. Luego, el período me vino normalmente, así que…

-Bueno… ¿y qué más hiciste con él?

-Nada. Salimos de su consulta, me invitó a tomar una cerveza y me acompañó a casa.

-¿En un cochazo?

Miriam se da cuenta ahora.

-Sí… Y yo le di las gracias. Y le besé. En la mejilla…

-¡Ahí lo tienes!

-Pero tiene que ser una mente muy calenturienta la que convierta eso es un ligue…

-Imaginación, hija, imaginación… La fuente de las mayores riquezas de la humanidad… y de las mayores torpezas.

-Así que fue eso…

Miriam no puede por menos de reír al darse cuenta de la tontería.

-Qué tontería –admite.

-Una tontería providencial. Ha hecho que Luís se ponga celoso.

-¿Y quién habrá sido…?

Don José interrumpe a Miriam.

-María o Ricardo. Seguro. Y me inclino por el chico.

-¿Por qué?

-Estas cosas se hablan entre mujer y mujer o entre hombre y hombre.

-Puede que tenga usted razón…

-Como siempre.

Don José suelta una risotada y se levanta.

Miriam también lo hace. La acompaña a la puerta del despacho.

-Mantenme informado.

-Parecemos dos cotillas conspirando…

-¡Y es que lo somos, querida Miriam! ¿Y lo bien que lo pasamos?

 

Cuando ya ha salido del despacho y Don José ha cerrado la puerta, todavía puede oír la chica las risotadas del Presidente de la Compañía. Miriam está feliz de nuevo.

-¿Yo? ¿Si la he visto? ¿Dónde?

-En la calle.

-El sábado 26, por la tarde. Por la avenida del Puerto.

-¿El sábado 26? ¿Qué hice yo el sábado 26? No, no, imposible. Estuve en casa de unas amigas, celebrando el cumpleaños de una de ellas.

-Bien.

-¿Y por qué?

-Por nada… No te preocupes. No es nada importante. ¿Te importa decirle a Ricardo que venga cuando salgas?

María llega a su mesa.

-Ricardo… Dice que vayas.

Ricardo se sobresalta. Desde que le dijo a Luís lo de Miriam no está tranquilo.

-¿Yo? ¿Por qué?

-Y yo qué sé…

Ricardo entra al despacho de la jefa.

-Permiso…

Miriam le mira muy sonriente.

-Mira por dónde, aquí tengo al bobo que me ha animado a seguir adelante –piensa-.

-Siéntate –indica la chica. Decide ir poco a poco. Vuelve a acordarse de Don José. “¿Es que siempre va a tener razón el viejo cascarrabias?”, sonríe.

-A ver… piensa… ¿tú me viste en algún sitio el sábado día 26 del mes pasado?

Ricardo nota cómo algo se funde en su cerebro. Se ve a sí mismo pisando una caca de perro.

-Yo… él insistió… Yo no quería decir nada…

-Tranquilízate, hombre… No pasa nada. Sólo quiero saber qué le dijiste.

-Lo… lo que vi…

-¿Y qué es lo que viste?

-No me hará decírselo, ¿verdad?

-¡Claro que te haré decírmelo! Venga…

-Pues… que ibas… perdón, qué iba usted con un… caballero…

-Muy elegante, ¿no?

-S-sí… con pinta de ligón.

-Y con pelas.

-Supongo. Eso lo sabrá usted. Con el coche que tenía…

-¿Y qué hicimos?

-Pues… se besaron… y luego se subió usted a su coche. Y se fueron…

-Muy bien. ¿Y el beso?

-Qué…

-Que como fue.

-Pues… No sé… como todos los besos… Es que, verá, mi novia me había dejado y Luís me provocó y, como me dijo que entre ustedes no había nada…

Miriam interrumpe el aluvión de palabras del muchacho.

-Calma… Así no hay quien te entienda. Así que eso te dijo Luís…

-Ss-sí, sí señora…

-Bueno, no me has dicho cómo fue el beso.

-No sé…

-¿Cómo que no sabes? ¿Fue en la boca?

-Creo que sí…

-¿Crees? Explicas algo que no recuerdas…

-Yo… no lo sé… estaba algo lejos…

Ricardo está muerto de miedo. Miriam saca una foto de su cartera. En ella se ve a Mario junto a un coche imponente.

-¡Es él! Pero el coche era otro…

-Claro. Este es de cuando estábamos casados.

-¿Ca-casados…?

-Es mi ex marido. Es médico. Y fui a verle para una consulta. Y, aunque no tengo por qué darte explicaciones, como te estoy agradecida, te las doy.

-¿Agradecida? –Ricardo no entiende nada.

-Sí. Y no tengo la menor intención de que entiendas eso, por ahora. Pero el beso se lo di en la mejilla.

-Ah, ¿sí?

-Piensa un poco. Recuerda lo que viste.

Ricardo piensa. El miedo no le deja recordar nada. Ve a Miriam besando en la mejilla a un montón de gente.

-Sí, fue en la mejilla…

-¿Estás seguro?

Ricardo la mira fijamente, está hecho un lío. No sabe cuál es la respuesta correcta. En la mejilla, está agradecida… ¿Qué tendrá que decir?

-Sí… Sí… Fue en la mejilla.

-Puedes irte.

-¿No me va a… a despedir?

-¿Despedir? ¿Por qué? No, hombre, no. Y la próxima vez procura no contar tonterías.

-Ah, y siento lo de tu novia.

-Ya… Gracias… de nada… digo, a su disposición…

-A lo mejor te necesito para que corrobores lo que hemos hablado delante de Luís, aunque espero que no sea necesario…

-Yo… Lo que usted diga…

Ricardo sale del despacho de la jefa haciendo reverencias. Los nervios se han disparado en su interior aunque ahora empieza a estar tranquilo al saber que no será despedido. Además, se ha quitado un peso de encima, un peso que arrastraba desde que le contó aquello a Luís.

-Sí, sí… fue en la mejilla… -se repite mientras se sienta en su mesa.

María le mira extrañada y luego levanta la vista mirando al despacho de Miriam. Esta la sonríe y le guiña un ojo.

-Están todos como cencerros –piensa María.

 

Luís no ha ido al trabajo por segundo día consecutivo. Miriam le ha intentado localizar en casa y no está. Nadie sabe dónde está. Ni siquiera Don José.

Esa noche, Miriam está acostando a Alex, cuando el pequeño le pregunta por Luís.

-¿Cando vendrá a jugar?

-No sé, hijo.

-¿No vene por la roilla?

-¿Qué?

-Tiene mala una roilla, ¿no?

Ni se le había ocurrido. Acuesta a su hijo y va directa al teléfono. Llama a la consulta del doctor Anguera. No contestan. Haciendo un esfuerzo mental recuerda el nombre completo del médico: Ramón Anguera Astruells.

Busca en la guía.

-Perdone que le moleste, doctor. Llamo para preguntar si sabe algo de Luís.

Claro que el médico sabe algo de Luís. Lleva un día internado en el hospital a la espera de que, mañana por la mañana, a primera hora, le operen de la rodilla.

Anguera le ha explicado los riesgos. Es una operación difícil y hay un cuarenta por ciento de posibilidades de que no salga bien y un quince de que quede cojo para toda la vida.

A Luís no pareció importarle, le ha dicho el médico a Miriam. Parecía no tener mucho interés por nada. No cree Anguera que esa sea la mejor actitud para una operación, pero por otro lado es bueno que no exista el miedo típico al quirófano.

¿Cómo no lo había pensado antes? Sin la mujer que quería (o eso debía creer él, que la había perdido, que ella le había traicionado), sólo le quedaba el deporte como refugio. Y la rodilla le impedía practicarlo.