45217 visitas
Capítulo Nueve.
Por la mañana, a las siete en punto, Miriam estaba en el hospital. Enseguida se encontraba en la habitación de Luís.
Le miró. El joven dormía plácidamente. Se acercó a él. Con su mano acarició su cabello. Luego, sus mejillas.
Luís hizo un movimiento. Pero enseguida volvió a quedarse quieto. Seguía dormido.
Miriam comprobó que le gustaba ver cómo dormía. Tranquilo. Sosegado. De vez en cuando emitía un ronquido fuerte y profundo, que era seguido por otros más suaves pero rítmicos. El pecho del joven se henchía y se relajaba al ritmo de su poderosa respiración.
Se acercó más. Los labios de la mujer rozaron los párpados del hombre. Luego descendió. Una sonrisa de satisfacción se dibujaba en los labios del durmiente. Hasta que los labios de Miriam se posaron, suavemente, sobre ellos.
Luís abrió los ojos. Lentamente. Creyó seguir durmiendo y tener un sueño.
-Miriam… No puedo olvidarme de ti ni en sueños… -le dijo dulcemente.
-¿No, mi amor?
De pronto, se dio cuenta de que no estaba soñando. Estaba despierto. Se incorporó de golpe. Miró a la chica, ahora con ojos de rabia.
Pero a Miriam no le importó, Sonrió.
-¿Qué haces tú aquí? –le espetó a la joven.
-Despertarte.
-Eso ya lo he notado. ¿Por qué vienes a verme?
-Para reírme un rato –Miriam decidió que todavía quedaba un tiempo de hacerse la dura.
-Ah, perfecto… Vienes a saborear tu triunfo…
-Algo así.
-Me has tomado el pelo y no te has reído lo suficiente todavía.
-Has acertado en lo segundo.
-¿Qué quieres decir?
-Que todavía no me he reído lo suficiente de ti, aunque nunca te haya tomado el pelo.
Luís notó que, con sólo ver a Miriam, ya estaba excitado. En su estómago, los duendes de siempre le roían suavemente las entrañas. Desde que la conoció, siempre que la veía notaba ese hormigueo en el estómago. Y no era desagradable. Se enfadó consigo mismo por sentir tanto el hormigueo como la excitación.
-No entiendo nada de lo que me dices –le dijo a la chica antes de tumbarse de nuevo y darse la vuelta para ofrecer su espalda a su visita.
-Así que Ricardo me vio con otro hombre.
-Ese chico tiene la boca como un túnel del ferrocarril. Es incapaz de mantenerla cerrada.
-Sí. Y tiene muy mala vista.
-Ah, claro… Ahora resulta que no vio lo que vio.
Miriam ríe.
-Pero doy por bueno todo este malentendido. Así he descubierto que estás celoso.
Luís se vuelve hacia ella con la mirada encendida de ira.
-¿Celoso? ¿Yo? Jamás he sido celoso.
-Supongo que hasta ahora no.
-¿Cómo que hasta ahora?
-Que en cuanto te has enamorado de verdad han aparecido los celos.
-ìJa! ¿Enamorado? ¿De quién? ¿De ti?
-Y si no es así, ¿por qué estás celoso?
-ìQué demonios voy yo a estar celoso! ¿Y de quién?
-De mi ex marido.
-¡Esta si que es buena! Si ni siquiera le conozco.
-No. Pero estás celoso de él.
-Ah, genial. Cuéntame cómo lo he logrado.
-Fácil. Ricardo te contó que me vio con un hombre, ¿no?
-¿Y no es verdad?
-Claro que es verdad. Era mi ex marido.
-¡Qué casualidad! No os veis en años y te le encuentras ese día…
-No. Fui a verle yo.
-Aaah… Al final sale la verdad.
-Es ginecólogo.
-Por mí, como si es astronauta.
Y como tú y yo no tomamos precauciones, fui a que me echara un vistazo.
Luís se queda mirando, muy serio y fijamente, a la chica. Al cabo de unos segundos que se hacen eternos para Miriam, vuelve a hablar, ahora con un tono más civilizado.
-¿Y el beso?
-En la mejilla.
-Ricardo…
-Ricardo tiene mucha imaginación. Pregúntale cuando le veas.
-¿Y el coche?
-Me acompañó a casa.
Luís se queda pensativo. En ese momento entra una enfermera.
-Buenos días. Vengo a pincharle un poquito y a prepararle para la operación.
Luís casi se pone de pie sobre la cama.
-¿Me juras que me dices la verdad?
-Te lo juro.
Luís se levanta. La enfermera se sorprende casi tanto como Miriam.
-Oiga, ya no quiero operarme… Mire, mire qué bien estoy…
Luís da un salto, pero al caer se le dobla la rodilla. Miriam le sujeta.
-Estos hombres… Qué miedosos son todos… -afirma la enfermera que, jeringuilla en ristre, se acerca al joven.
Miriam le ayuda a acostarse. Luís está pálido.
-Así que… todo ha sido un malentendido…
-Que ha provocado tus celos.
-Ay… -la jeringuilla se clava en el brazo de Luís.
-Y yo estoy encantada de que hayas estado celoso.
-Cuando están celosos, ya son nuestros, je, je, je…-dice la enfermera con risa sádica mientras inocula el liquido de la jeringuilla al paciente.
-¿Qué es? –pregunta Miriam.
-Una primera dosis de anestesia. Damos dos, lo más justo que podemos. No conviene abusar.
-¿Cuánto le queda de estar despierto?
-Oh, esta inyección es lenta. Puede que un par de minutos.
Miriam se acerca a Luís mientras la enfermera se va de la habitación.
-No quiero operarme…
-Dímelo.
-¿Q-que te diga… qué?
-Ya lo sabes…
-Te aprovechas de que voy a morir…
-Entonces dímelo por última vez… y por primera.
-Nunca…
-¿Y me dejarás así, sin decírmelo? ¿Qué recuerdo tendré mañana de ti, cuando ya nos hayas dejado?
-Lagarto, lagarto… Bruja…
-Anda… Dímelo…
Los labios de Miriam acarician los de Luís.
-No vale… me estás poniendo a cien…
-Dímelo…
Los ojos de Luís se van poniendo en blanco mientras sus párpados se cierran. Casi no puede hablar. Muy bajito, pero audible, dice sus últimas palabras antes de dormirse.
-Te… quiero… bruj…
Miriam le besa, aunque él ya no se entera.
La chica no puede evitar que unas lágrimas de felicidad inunden su rostro.
Entran dos enfermeros y la enfermera de antes. Los dos enfermeros colocan a Luís sobre una camilla.
-No llore, mujer –dice la enfermera al ver a Miriam-, sobrevivirá.
-Si no lo hace, la mato a usted –dice riendo la joven.