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Capítulo Dos.-
Está a punto de visitar al subdirector, cuando decide que lo mejor es hablar del asunto con el Presidente del Consejo de Administración. Además de que no hay nadie por encima de él, ella está en la empresa gracias a que el propietario –el Presidente- cree en su capacidad.
El director, el subdirector y los distintos jefes de sección, no tienen muy buenas relaciones con Miriam. O es ella la que no les aguanta. A unos por pelotas, a otros por incapaces, el caso es que decide no hablar con ninguno de ellos.
-Así que la llamó estùpida.
-Sí, señor Rodríguez-Fierro.
El Presidente del Consejo de Administración, José Rodríguez-Fierro, es un simpático cascarrabias de setenta años.
No se jubila porque, además de ser el propietario de la empresa, no hay nadie que tenga su visión de mercado ni su prestigio para dirigir la Compañía. Viudo desde hacía veinte años, hace tres se casó en segundas nupcias con su asistenta de toda la vida, en una boda que causó más de un disgusto en su familia. Suele pasar por la Compañía de lunes a jueves. Así que este miércoles ha podido Miriam hablar con él.
-¿Y usted no le dijo nada antes?
-Eeeh… bueno, le… llamé inútil.
Don José sonríe y asiente con la cabeza.
-Ah, vamos, que él respondió a su ataque.
-¡Yo no le ataqué!
El Presidente ríe ahora abiertamente.
-Mujer… Si usted le llama inútil…
-¡Es que lo es! Bueno, no es tan inútil, pero no se toma en serio el trabajo…
-Pues yo tengo informes que dicen que es muy eficiente.
-Si, sí… lo es. Pero trabaja como un autómata… Parece que no se esfuerza lo más mínimo.
-Pero, ¿cumple o no?
Miriam carraspea. Cruza sus piernas. Don José no puede evitar una mirada furtiva. Con la falda por encima de las rodillas, la pierna derecha de la chica se balancea sobre la izquierda. Don José suspira y, mentalmente, se recuerda los años.
-Sí… Pero podría hacer mucho más. Parece que… que no le interesa nada.
-Bueno, hay gente que hace su trabajo y punto. No quiere implicarse demasiado. Tienen otras cosas en la vida para ser felices.
-Ya. Pero este no es el caso. Ese chico es soltero, no tiene a nadie que yo sepa… En fin, que no hace nada de particular fuera del trabajo.
Don José sonríe ladinamente.
-Vaya… Sí que se ha tomado interés por ese muchacho.
Miriam se siente cogida en falta. Descruza las piernas. De pronto, se siente nerviosa, incómoda.
-Bueno, ya sabe… La gente habla…
-Comprendo. En fin, usted le llamó inútil y él la espetó “estúpida”. Ambos se han faltado al respeto.
-Pero existen escalafones. Yo soy el jefe.
-Entonces más a mi favor. Es usted la que tiene que dar ejemplo y no faltarle al respeto a ningún empleado. Jamás.
Miriam baja la cabeza y asiente. Se levanta.
-Tiene usted razón. Perdóneme. No volveré a verle para tonterías semejantes.
La chica va hacia la puerta, cabizbaja. Don José le habla y ella se vuelve.
-Tranquila, Miriam. Tiene usted que tomarse el trabajo con más tranquilidad. Lo que no se hace hoy se hace mañana. De todas formas, quiero decirle que estoy muy satisfecho con su trabajo. Ojala todos mis jefes fueran la mitad de válidos que usted. Miriam sonríe, hincha el pecho.
-Pero recuerde que hay una cosa más importante que el trabajo.
-¿Sí, señor Rodríguez-Fierro? ¿Y qué es?
-La vida, Miriam.
Don José se pone a escribir algo en su mesa. Miriam, tras unos instantes, se da cuenta de que la entrevista ha terminado. Sale del despacho.
El restaurante está muy lleno. Hay mayoría de mujeres, de entre veinticinco y cuarenta y cinco años. En una mesa, Miriam y Celia ojean la carta.
-No sé… Tengo mucha hambre…
-Yo tendría que tener cuidado –comenta Celia-, empiezo a tener algo de tripita.
-Empezaré por unos espaguetis y seguiré con un tournedos.
-Hala, ya me has fastidiado…
-Hija, tú come lo que quieras.
-Es que yo también quiero eso. ¿Por qué no pedimos una ensalada y una tortilla a las finas hierbas?
-¿Además de la pasta y la carne? –ríe Miriam.
-¡No seas bruta!
-Escucha, Celia… Yo también tengo algo de… “tripita”, como tú la llamas. ¿Y qué?
-¿Cómo que y qué? Luego los tíos no nos hacen caso.
-Eso no es verdad. Siempre ligamos.
-Sí, pero con algunos especímenes que ni en los laboratorios para hacer experimentos.
-Si es igual. No nos gusta ninguno. Pues entonces, viva la tripita.
-Sí. La verdad es que aparte de durarnos poquísimo, ellos están peor que nosotras.
Se acerca el camarero, un mulato joven.
-Pues eso. A ver, chico, dos de espaguetis y dos tournedos. Y vino tinto. ¿Rioja?
Celia asiente. Se está relamiendo. El camarero se aleja.
-Este, ni tiene tripa ni nada de que se le parezca.
-Sí. Está buenísimo –comenta Celia-. ¿Qué edad tendrá?
-Ay, hija. Muchos menos que nosotras. Todos los que nos interesan tienen menos.
Las dos ríen. Miriam saca un paquete de cigarrillos y se pone uno en la boca. Lo enciende.
-¿No lo habías dejado?
-Había dejado el tabaco y las grasas, me había matriculado en un gimnasio al que sólo fui los dos primeros días y me había propuesto ir dos veces al cine a la semana. Ah, y leer un libro, al menos, cada mes.
-¿Y… nada?
-Nada de nada. Fumo más que antes, como cada vez más, al gimnasio ni le veo la fachada y de cine y libros ni pum.
-Es terrible. Yo tampoco cumplo mis propósitos. Y antes lo hacía. Cada vez que cumplo años tengo menos tiempo para mí.
-¿Por qué será?
-Ni idea. Pero ahora recuerdo a mis padres cuando me decían que tuviera paciencia, que todo llegaría.
-Sí –confirma Celia-, mi madre siempre decía que, cada vez se le hacia más corto el tiempo.
-Pronto, al asilo.
Las dos ríen.
Por cierto –Celia se pone seria-, hablando de nuestros padres, ¿sabes quién ha muerto?
-No. ¿Quién?
-¿Te acuerdas de la señora Encarna, la que venía a nuestras casas a hacer faenas?
-No me digas…
Celia mueve la cabeza afirmativamente.
-Hace una semana. Me enteré por casualidad.
-Me hubiera gustado ir a… despedirla. ¿Qué edad tenía?
-Ochenta.
-Bueno… Ochenta… ha vivido bastante…
-Sí. Siempre estaba sonriendo.
Miriam se queda pensativa.
-¿Qué te pasa? –le pregunta Celia.
-Nada. Que a medida que cumples años crece tu cementerio particular.
Celia intenta animar a Miriam, que se ha quedado algo tristona. Llegan los espaguetis.
-Venga, chica, hablemos de otras cosas.
-Y comamos.
-¿Cómo va el trabajo?
Miriam, con la boca llena de espagueti, contesta.
-Bien… Aunque la gente trabaja fatal…
-Eso es verdad. Yo, en la tienda, tengo que multiplicarme. Las otras chicas son un desastre.
De pronto, los espaguetis quedan en la boca de Miriam sin ser masticados. Acaba de ver a Luís Falagan. El chico, que no ha visto a su jefa, se sienta en una mesa a unos siete metros de la de las chicas, con otra de por medio.
Celia ve cómo Miriam tiene la boca llena y no come y se vuelve para seguir la mirada de su amiga. Ve a Luís.
-Vaya… No me extraña que te hayas quedado así. No está nada mal. Tiene aire de… intelectual.
-Fon la fafa.
-¿Qué? –Celia no entiende nada-. Como no hables sin espagueti… Miriam traga deprisa.
-Que son las gafas, lo del aire intelectual.
Celia se vuelve otra vez.
-Sí, debe ser. Porque está muy bien de cuerpo.
Miriam se atraganta. Tose. Celia se levanta y le da golpecitos en la espalda. Miriam lanza un puñado de espaguetis masticados a la chica de la mesa de al lado.
-Perdón… Ha sido…
Vuelve a toser.
El muchacho que acompaña a la víctima de la tos de Miriam, se levanta y limpia a su acompañante.
No es… nada… -la víctima dice una cosa, pero la mirada expresa otra.
Luís, con el escándalo, se vuelve y ve a Miriam. Tras unos momentos de duda, se levanta y se acerca a la mesa de su jefa.
-Buenas noches. No la había visto.
Celia mira con cara de entusiasmo al recién llegado.
-Vaya… ¿os conocéis?
Miriam, bebiendo vino para conseguir aplacar sus ganas, todavía, de toser, asiente con la cabeza. La chica de la mesa de al lado, al ver que Miriam sigue atragantada, se protege con la servilleta.
-Bueno, sólo quería saludar…
De pronto, la mesa que acaba de dejar Luís es ocupada por tres chicas. Luís lo ve y Celia también.
-Mire lo que ocurre por ser educado y venir a saludar.
-Ha perdido su mesa. Y no quedan libres. ¿Va solo?
-Sí, voy solo. Pero no se preocupe, esperaré otra mesa. O me iré a otro restaurante.
Miriam sigue bebiendo vino.
-¿Por qué no se sienta con nosotras?
-No, no, muchas gracias…
-¿Cómo que no? –Insiste Celia-. Es lo menos que podemos hacer.
Luís duda. Celia se levanta y le empuja a sentarse en una de las dos sillas que sobran en la mesa.
-No se hable más.
Con gestos, la chica llama la atención del camarero. El mulato se acerca.
-El señor cenará con nosotras. Esperaremos para comer juntos el segundo plato.
-Hola Luís –saluda el camarero-. ¿No estabas en otra mesa?
-Sí. Pero he acabado aquí.
-¿Lo de todos los miércoles?
-Por favor.
-Y cola.
-Exacto.
-Marchando.
El camarero se va. Celia está cada vez más interesada en Luís. Se vuelve a Miriam que ahora ha dejado de estar roja por el atragantamiento, está molesta por la presencia de Luís.
-Bueno, chica… Este hombre conoce a todo el mundo. ¿De qué os conocéis vosotros?
Miriam mira con ojos de rabia a Luís. Este sonríe al notarlo.
Empieza a pensar que ha hecho bien sentándose con las dos mujeres.
-Del trabajo –el que habla es Luís-. Es mi jefa.
-Qué coincidencia -la chica mira a Miriam y pone cara de circunstancias-. Precisamente estábamos hablando de lo bien que trabaja la gente… en los trabajos, me refiero… Huy, qué lío me estoy haciendo…
Luís ríe.
-La verdad es que yo opino lo contrario. La mayoría de la gente trabaja mal. ¿No cree usted lo mismo, señora Bandera?
Celia frunce el ceño al oír la manera de dirigirse a Miriam que tiene Luís.
-¡Qué horror! Señora Bandera… ¿Es que no podéis llamaros por el nombre de pila? ¿Y de tú?
El camarero le trae a Luís el primer plato y un refresco de cola.
-Gracias, Zine.
-¿Zine? –Celia está en todo.
-Se llama Zinedine. Es argelino.
-¿Y sois amigos?
-Conocidos. Es un buen tipo.
Miriam carraspea. Se dirige, muy seria, a Luís.
-Así que usted… tú, opinas que la gente no trabaja bien.
-La mayoría no –conviene Luís-. Quizá es por falta de concentración, desgana, pereza, irresponsabilidad… No sé.
-¿Y tú? ¿Trabajas bien?
Luís se encoge de hombros.
-Creo que sí. Pero eso tendrías que decirlo tú.
-¡Claro! –sonríe Celia, que mira intrigada el plato de Luís.
-Brandada –certifica el chico. Ante la cara de ignorancia de Celia, va a seguir hablando, pero interviene Miriam.
-Una crema hecha con leche y bacalao.
-¡Puag! –exclama Celia.
-Es exquisita –decide Miriam.
Luís coge un poco de brandada con el cuchillo y la unta en la tostada. Se lo acerca a la boca de Celia que, extasiada, muerde.
-Mmmm… qué bueno está…
Miriam sigue molesta, pero ahora más por el coqueteo de Celia con Luís.
-Ya te llevaré un día a comer brandada a un sitio especial…
Celia mira a Miriam sorprendida.
-¿Ah, sí? bueno… –Se vuelve hacia Luís-. Aunque si Luís quiere llevarme él…
-Luís no conoce ese restaurante.
Luís acaba su brandada. Tiene unas maneras exquisitas en la mesa y Celia, que lo ha notado, cada vez está más interesada en el chico.
-¿Y tú qué sabes? –le espeta Celia a su amiga.
-Miriam es un poco drástica en sus juicios.
Celia ríe y asiente. Mira, acaramelada, a Luís.
-¿No tendrás novia? Casado no creo que seas porque no llevas anillo.
Luís sonríe y Miriam se descubre admirando la sonrisa franca y sincera del joven.
-No.
Celia, por debajo de la mesa, le da una patada a Miriam, de complicidad, pero calcula mal y le hace daño.
-Ay.
Luís mira a Miriam. Celia disimula.
-¿Te ocurre algo?
-Eeh… no, no… sólo que… quizá no debería haber pedido tournedos de segundo…
Luís no entiende nada y, con la mirada busca al camarero. Miriam lanza una mirada feroz sobre Celia que se encoge de hombros, como excusándose.
-Ya vienen los segundos –anuncia Luís.
¡¡¡ MAÑANA MARTES EL CAPÍTULO TRES !!!