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Novela “Atrapa el Momento” por Entregas Diarias. Capítulo 3.

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Capítulo Tres.-

Miriam miró la hora en su reloj.

-¿No está roto?

-¿Qué? –la chica no sabía a qué se refería Luís.

-El reloj. Es el que se te cayó hoy al dar el puñetazo en la mesa, ¿no?

Miriam miró a Luís. No parecía haber segundas intenciones en sus palabras. Sonrió al recordar el incidente.

-No, no está roto. Pero ya va siendo hora de retirarse. Mañana hay que ir a trabajar.

-Debía estar… de muerte… la merluza verde esa que te has comido.

Celia arrastra las palabras al hablar. Después del vino en la cena, dos whisky’s a modo de copas y luego, en el pub en el que ahora estaban, tres combinados. Tenía una cogorza bastante importante.

-En salsa verde. No merluza verde –replicó Luís.

-Déjala. No le hagas caso. Ha bebido demasiado –corroboró Miriam.

Como si quisiera dejar bien a su amiga, Celia inclinó su cabeza y se durmió apoyada en el hombro de Luís.

El chico tenía a una mujer a cada lado. Miriam a su derecha.

-Se ha quedado roque –certificó el muchacho.

Entre Luís y Miriam colocaron a Celia en posición más cómoda para los tres. Al hacerlo, los cuerpos de ambos se rozaron.

Miriam notó cómo un escalofrió le recorría el cuerpo de los pies a la cabeza. Luís reconoció para sí que había sentido algo especial al rozar el cuerpo de su jefa.

Ninguno de los dos dijo nada.

En el pub quedaba muy poca gente. Eran ya las dos de la madrugada. Pero tres parejas habían salido al

centro del pub y lo utilizaban a modo de pista de baile.

-Aquí se lo montan a su manera.

-Siempre lo hacen –corroboró Miriam-.

Solemos venir a menudo y, a estas horas, algunos aprovechan para bailar.

-Quería decirte que… siento lo de esta mañana – dijo de pronto Luís.

-No te preocupes. Fue culpa mía. No debí insultarte primero.

-Eso es verdad. Me alegro que lo reconozcas –sonrió el joven.

Miriam notó que algo le quemaba por dentro. Acababa de perder, según ella, un asalto. Luís había aprovechado un momento de debilidad.

-Bueno, tampoco te pases… Al fin y al cabo yo soy tu jefa.

Miriam acercó su cara, con expresión de ira contenida, a la de Luís. La nariz de cada uno rozaba la del otro. Miriam notó en su rostro el aliento suave y cálido del hombre. Como antes le había ocurrido, se excitó. A Luís le llegó el aroma de la piel de la mujer. Se quedaron mirándose.

Lentamente, Miriam acercó sus labios a los del joven.

Para sí, pensó que cuanto antes le besara antes dejaría de interesarle. Seguro que se lanzaba como un poseso a por ella y le apretaba los labios haciéndola daño.

Pero Luís apenas se movió. Esperó que los labios de Miriam rozaran los suyos. Cuando la chica esperaba el beso a lo bestia, Luís jugó. Jugó a pasar muy suavemente sus labios por los de la chica y luego, seguir hacia arriba, acariciando con los labios la parte que hay entre el labio superior y la nariz. Miriam sintió un cosquilleo y notó cómo la excitación de su cuerpo iba a más.

Se abandonó en brazos del joven cuando éste siguió pasando sus labios por la mejilla y bajando al cuello. Por el cuello llegó a la nuca. Ni una sola gota de saliva abandonó la boca de Luís, hasta que volvió a los labios de la chica por cuello y barbilla. Entonces, los labios de ambos se juntaron. Miriam abrió la boca y se entregó por completo.

La lengua de Luís recorrió todos los recovecos de la boca de su jefa. Y en todos fue aumentando la excitación. Miriam devolvió el beso y la pasión y jugó con su lengua y la del hombre.

Jamás me habían besado –sentenció la chica en su pensamiento.

Sinatra cantaba “It was a very good years” mientras tres parejas bailaban acarameladas y Miriam y Luís se besaban de forma apasionada.

Celia se despertó en ese momento. Los vio besarse.

-ìDemonios! Qué mala suerte tengo…

Las palabras de la chica interrumpieron el beso. Luís y Miriam se miraron y sonrieron. Muy pocos segundos. Porque un instante después, Celia vomitaba sobre ambos la mayor parte de su cena y copas.

Entraron en casa de Celia .Luís la llevaba en brazos mientras la joven dormía por la borrachera.

-Mira qué a gusto se ha quedado después de echarlo todo.

-Déjala allí, en aquella habitación, sobre la cama –indicó Miriam.

Luís siguió las indicaciones de Miriam y llevó a Celia hasta su habitación. La depositó con suavidad en la cama, la chica, medio en sueños, se abrazó a su cuello.

-Mmmm… Luís… cariño… quédate conmigo…

Luís se zafó como pudo del abrazo y la colocó en la cama con ternura. La descalzó. Desde la puerta Miriam miraba la escena.

Pensó que le gustaría compartir su vida con alguien tan atento como Luís. No se acordaba ya en absoluto de la discusión del día anterior.

-Está viva pero inconsciente –dijo el joven.

-Como nuestro director general –añadió Miriam.

Luís rió. De buena gana. Le gustaban las personas con sentido del humor y, desde luego, Miriam demostraba tenerlo.

-Déjala así. Yo la desnudaré y la meteré en la cama –añadió la joven.

-¿Te vas a quedar aquí?

-No puedo dejarla sola. Lo más probable es que se despierte y no recuerde casi nada.

-Por eso –concluyó el joven-.

-¿Por qué no te vas a casa?

-¿Contigo?

-No pienses mal. Lo digo para que descanses.

-¿Quieres quedarte tú con ella?- preguntó Miriam con sorna.

-¿Por qué eres tan agresiva siempre? ¿Por qué no piensas bien de alguien de vez en cuando?

-Conozco a la raza humana –aseguró Miriam.

-Ah, ¿sí? ¿A todos y cada uno de los humanos?

-No necesito conocer a todos. Los humanos son como patos. Se repiten.

-¿Son? ¿Y tú qué eres? ¿Una extraterrestre?

-A veces creo que sí… Oye, ¿quieres que te limpie el pantalón?

Luís se miro el pantalón. Todavía tenía rastros del “regalo” de Celia. Miró a su jefa. La falda de ella estaba como su pantalón.

-No, déjalo. Me lo limpiaré en casa.

-Vaya, creí que aprovecharías para volver a la carga.

-¿Qué quieres decir?

-Ya me has preparado bien en el pub. Ahora creí que sería el momento en que aprovecharías para intentar llevarme a la cama.

-Escucha, j-e-f-a, yo no llevo a nadie a la cama. Nunca.

-Ah, ¿no? Qué buenecito.

-No me refiero –siguió Luís, a quien le molestaba sobremanera el tono de voz y las frases cáusticas de Miriam- a que no vaya alguna vez con mujeres. Pero, primero, voy muy pocas veces, no soy de los de una relación rápida, y, segundo, no me las llevo a la cama. Saben ir ellas solas. En todo caso, vamos los dos a la cama.

-Qué bonito lo que dice el hombretón. ¿Y te lo crees de veras?

-Me importa un pito si tú te lo crees o no. Yo soy así.

Luís se va hacia la puerta del piso.

-Buenas noches.

Tras escuchar cómo se cierra la puerta, Miriam se queda pensativa. Se sienta en uno de los sillones del salón. De pronto, se da cuenta de que está muy enfadada consigo misma. Por dos razones. Una, por comportarse de una manera estúpida, sí, estúpida, con Luís hace unos momentos. Pero hay otra cosa que la enfada aún más. Está segura de sentir por su empleado alguna cosa. Alguna cosa que se propuso hace tiempo no sentir y que la saca de sus casillas.

 

El trueno abre las puertas de una tormenta impresionante.

-Ya está. No falla. Llega el viernes y empieza el mal tiempo.

-Siempre dices lo mismo, María –le recuerda Ricardo.

-Es que siempre pasa lo mismo. De lunes a jueves un sol impresionante, calor… Llega el viernes y hasta el lunes lluvia, frío…

-Es la polución.

-¿La qué?

Ricardo enfatiza sus palabras. Como si fuera un experto en el tema y estuviera dando una conferencia.

-La polución. De lunes a viernes, las fábricas, el tráfico, todo contribuye a desestabilizar el tiempo…

Y el resultado de todo ello se produce el fin de semana. El tiempo empeora y se producen las precipitaciones.

-Qué barbaridad. Pareces el hombre del tiempo.

-Lo leí en una revista –se defiende el chico.

-Oye, ¿no has notado algo raro entre Miriam y Luís?

Ricardo piensa. Se encoge de hombros.

-No. ¿Qué tenía que notar?

-No sé… -prosigue dubitativa María-. No se han dirigido la palabra ni ayer no hoy.

-¿Y qué? Eso es lo normal.

-No… No tan normal. Normalmente ella o le echa alguna bronca o me habla a mí sobre su forma de trabajar.

-Ah.

Ricardo no entiende nada. En ese momento, Luís no está en la sección. Miriam llama por el teléfono interior a María.

-Enseguida voy.

Mientras la chica se levanta Ricardo le dice por lo bajo:

-¿Para qué te llama por teléfono? La puerta de su despacho está abierta… con elevar un poco la voz sería suficiente.

Pero María no le escucha. Corre al despacho de la jefa.

-¿Qué tal va todo, María?

La chica se sorprende de la amabilidad de la superiora. Aunque ya el jueves se dirigió a sus empleados (Ricardo y ella) de manera inusual, no acababa de acostumbrarse.

-Bien…

-Siéntate e infórmame un poco.

María se sienta con timidez. Es la primera vez que, sin tener que tomar un dictado se sienta en el despacho de su jefa.

Hasta Ricardo, desde su mesa, se extraña.

-¿Qué… qué quiere que le diga? He hecho todas las llamadas que usted…

-Eso ya lo sé. Y llámame de tú.

María está desconcertada.

-Tengo preparada la reunión de inspectores para el lunes a primera hora, todos han confirmado su asistencia… He remitido el condicionado de las nuevas pólizas de Hogar a los agentes que las solicitaron a través de nuestros comerciales…

-No me refiero al trabajo. Sé todo lo que has estado haciendo y que lo controlas a la perfección.

-Ah, ¿sí? Je, je… que bien…

María está nerviosa. No sabe cómo actuar ante el cambio de actitud de Miriam.

-Háblame de ti.

-¿De… de mí…? No entiendo…

-Si mujer. De tu vida. Dónde has ido de vacaciones, qué tal tu novio, qué haces los fines de semana…

“A ver si ésta va a ser rarita”, se pregunta María con terror.

-Tenemos que hablar más unos con otros, comunicarnos. Luego también quiero cambiar impresiones con Ricardo…

-Ah, bueno… -se tranquiliza María-. Y con Luís, ¿no?

Miriam carraspea. No se esperaba la contestación.

-Eeh… sí, claro, también.

-Pues, bueno, novio no tengo. He ido de vacaciones con mis padres, que tienen una casa en la costa los fines de semana…

María contesta como si estuviera respondiendo a un examen. Miriam sonríe al notar los nervios de la chica.

-… los pasos en casa, o salgo con alguna amiga al cine y todo eso…

-¿Qué has visto últimamente?

-¿Cómo?

-De cine, digo.

-Ah… Pues… a ver que me acuerde… “Seis días y siete noches”…

-¿Y qué tal?

María se entusiasma.

-Harrison Ford está para comérselo… es un poco mayor, pero está para mojar pan…

-¿De qué es la película?

-De aventuras, amor… de todo un poco.

-¿Y la chica?

-Ah, bien. No sé. Yo sólo me fijé en él.

Las dos ríen.

Miriam señala la foto de su hijo, que está sobre la mesa.

-Es mi hijo. Alex.

-Lo suponía… Bueno, es un poco joven para ser su marido.

Miriam ríe de buena gana. De pronto, para en seco de reír. Luís acaba de entrar en la sección. Hace un día y medio que no le pierde de vista y todavía no le ha pillado mirándola. Está fuera de sí por eso. Pero no lo demuestra ante María, aunque la empleada ha notado que, de golpe, algo ha cambiado.

-Gracias, María… El lunes continuaremos charlando un ratito.

María, siempre desconcertada, se levanta.

-Ah, bien… vale. ¿Le digo a Ricardo que entre? Para hablar de sus cosas y eso, me refiero…

-No, no… Ahora no. Ya le avisaré yo.

María vuelve a su sitio. Al cruzar por delante de la mesa de Ricardo le hace un gesto de no entender nada. Ricardo asiente.

Desde su mesa, Luís, hábilmente, mira de reojo sin que Miriam se entere. A través de la puerta del despacho de la jefa, que María ha dejado abierta al salir, puede ver, bajo la mesa de Miriam, las piernas. Se ha descalzado del pie derecho.

Miriam se siente, de pronto, observada. Pero cuando levanta la vista en dirección a la mesa de Luís, encuentra a éste enfrascado en sus papeles y su ordenador. Vuelve a su trabajo. Luís, de reojo, la vuelve a mirar y suspira. Por poco le pesca mirándola.