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Capítulo Siete.
Hacía mucho que no se veía con Mario, su ex marido. El había rehecho su vida con Vicky y ya tenían dos hijos pequeños, niño-niña. A ella no le gustaban, en principio, los críos y nunca había sentido el menor cariño por Alex. Así que no le costó mucho a Miriam obtener la custodia del niño.
Al principio de la separación, Mario iba a ver con cierta frecuencia a su hijo, pero seguramente por la influencia de su nueva mujer, cada vez fue espaciando más sus visitas. Hasta que, al tener el primer hijo juntos, dejó de visitar al pequeño y dejó, al tiempo, de pasar la pensión para el niño a su ex mujer.
Miriam no reclamó nada. Para entonces ya estaba ganando un buen sueldo y no necesitaba el dinero de su ex marido, a pesar de que sabía que ganaba bastante dinero con su condición de ginecólogo.
Por eso, esta vez, se decidió a hablar con él. Como Mario tenía todo el tiempo ocupado entre el hospital, la seguridad social y la sociedad médica privada, quedaron el sábado por la tarde en su consulta.
El encuentro fue más bien frío, pero en el fondo, ambos se guardaban cierto cariño.
-¿Qué tal los niños?
-Bien. Ya hacen bastantes gamberradas.
-¿Y a Vicky? ¿Ya le gustan los críos?
-Bueno… solo los suyos.
Miriam rió.
Mario no hizo preguntas en principio. Se limitó a examinarla.
-En una primera exploración no se nota nada. Creo que estás perfectamente. Lo lógico es que tengas el período cuando te corresponda.
-La semana que viene.
-Pues eso. Si tuvieras alguna irregularidad, llámame. Te haría otra exploración. Por cierto, al margen de eso, estás perfectamente.
-Eso espero.
-Te lo digo para tu tranquilidad. Algunas mujeres, a tu edad, ya tienen problemas, digamos, importantes.
-¿A mi edad? ¿Me estás llamando vieja?
-No digas tonterías. Pero hay que cuidarse. Cada edad tiene sus inconvenientes y sus peligros. No estaría de más que vinieras a verme de vez en cuando. Más vale prevenir.
-De acuerdo. Supongo que no me cobrarás.
-Mujer, qué cosas tienes. Por cierto, ¿sigues en lo de los seguros?
-Sí, ¿por?
-Es que tuvimos un pequeño siniestro en casa… y no quedamos muy contentos con la actuación de la Compañía en la que estamos asegurados.
-Eso te pasa por no estar asegurados con nosotros.
-Por eso te lo digo.
-Te enviaré a un agente experto en seguros de hogar.
-Gracias. ¿Puedo invitarte a tomar algo?
-Vale.
-Pues vamos. Aquí cerca hay una cafetería estupenda. ¿Y Alex, cómo está?
Tras tomar juntos unas cervezas, Miriam y Mario salen del bar.
-¿Te dejo en algún sitio? Tengo el coche aquí mismo.
-Voy a casa.
-Entonces te llevo.
La pareja camina por la calle, paseando. Enseguida llegan a la altura del coche de Mario.
-Es éste.
-Caray… buen coche.
-Ya sabes que son mi pasión.
Mario abre primero la portezuela del asiento de al lado del conductor para que suba Miriam. Esta se para y le mira a los ojos.
-Muchas gracias, Mario. Por todo. Sobre todo por no preguntar.
Le da un beso en la mejilla. Luego, él, cariñoso, la acaricia la barbilla y, rodeando el coche entra en él unos instantes después de que lo haga la chica.
El coche arranca. Cerca, alguien ha sido testigo de toda la escena. Ricardo.
A primera hora, Luís ya está trabajando en la sección, sin que nadie más haya llegado.
De pronto hace su aparición Ricardo.
-Buenas…
-Hola, Ricardo. ¿Qué tal?
-Bien… Un fin de semana tranquilo.
-¿Con la novia, eh?
-No… -la voz del chico se ensombrece-.
-¿Qué pasa? ¿Te ha dejado por otro? –pregunta Luís en broma-.
-Sí…
Luís se vuelve hacia su compañero.
-¿Qué dices?
-Lo que oyes… las tías son todas unas…
-Chiisst… no digas cosas de las que luego puedes arrepentirte. No todas son iguales.
-Ah, ¿no? Pues ya me dirás cuáles valen la pena.
-Pues… María, por ejemplo.
-Porque es tonta.
-No te metas con ella.
-No, si es buena tía. Pero no da morbo.
Luís ríe.
-Ah, ¿no? ¿Y quién da morbo?
-Las que dan morbo te la pegan. Y las otras no valen la pena.
-Pues yo conozco alguna que sí la vale.
-¿Quién, por ejemplo? No te referirás a la jefa.
-Pues mira, sí. Es en quien estaba pensando.
-¿Salíis juntos?
-Mmmm… digamos que nos vemos de vez en cuando…
-Ya lo sospechaba –confirma Ricardo-.
-Qué tío listo –ríe para su interior Luís.
María y él han asistido a la ayuda que Miriam ha brindado al chico.
-Pues te la pegará.
-¿A mí? No puede.
-Ja, que te crees tú eso, chulo.
Luís se vuelve otra vez para mirarle.
-No puede pegármela porque no somos más que buenos amigos.
Ricardo cree comprender las palabras de su compañero.
-Ah, bueno. Entonces no pasa nada si te lo digo.
-Si me dices qué…
Ricardo le explica, ahora con toda tranquilidad, tras las palabras de Luís, su versión de lo que vio el día anterior.
-Ayer la vi besándose con un tío…
-¿A quién?
-A quien va a ser. A Miriam, nuestra querida jefa.
-Imposible –sentencia Luís.
Ricardo se da cuenta de que lo que acaba de decir, ha molestado a su compañero.
-¿Qué pasa? ¿Es que no puede?
-Cla… claro que puede… Puede hacer lo que le da la gana.
-Pues la vi. Iban por la avenida del puerto. Se besaron y subieron a un coche… Un deportivo de impresión. El tío debe tener pasta gansa.
Luís mira a Ricardo con la esperanza de que le esté gastando una broma.
-Me estás tomando el pelo.
-¿Yo? ¿Por qué iba a hacerlo? Te juro que es verdad.
Luís comprueba en la mirada de Ricardo que el joven está diciendo la verdad.
-Te ha jodido que te deje tu novia y quieres fastidiarme.
-¿Fastidiarte? ¿Por qué? ¿No dices que entre tú y Miriam no hay nada?
-Y no hay nada –dice muy serio Luís-.
-¿Entonces, por qué te molestas? La tía puede besarse con quien quiera, ¿no? Y en lo que hace referencia a mi novia, que la bomben. Ya me importa un pito. Si no quiere salir conmigo, yo tampoco quiero salir con ella. ¿Qué te parece?
-Bi… bien…
Luís disimula su desilusión volviendo, aparentemente, a su trabajo.
Pero no puede evitar en su imaginación a Miriam besándose apasionadamente con otro hombre, un hombre sin rostro, elegantemente vestido y con un coche llamativo.
Su mente vuelve atrás en el tiempo y se ve a sí mismo gastando dinero en los casinos más importantes de Europa, bebiendo alcohol hasta perder el sentido, revolcándose con Moira y mujeres como ella.
Y luego recuerda la ternura de su fin de semana con Miriam. La mirada de la mujer hacia él…
Se levanta y grita.
-ìMentira! ìTodo mentira!
Ricardo le mira asustado.
-Oye, que no… que lo que te he dicho es verdad…
Luís apoya una de sus manos en el hombro de Ricardo.
-No me refiero a ti… Y haces muy bien enviando a tu novia a freír espárragos.
Luís sale a toda velocidad de la sección y se cruza con María a la que casi tira al tropezar con ella.
-Eeeh… -le grita la chica. Luego entra y se quita la chaqueta. La coloca en el colgador y se sienta mientras le pregunta a Ricardo.
-¿Y a éste qué le pasa hoy?
Ricardo se encoge de hombros y sigue trabajando.
-Pues sí que empezamos bien la semana –sentencia María.
Durante toda la semana, Luís apenas habló con nadie. Cumplió con su trabajo, sin entusiasmo y pareció volver a ser el de tiempo atrás.
Tanto Ricardo como María lo notaron enseguida. La chica no comprendía el cambio del joven, sin saber muy bien por qué, intuía que él era en parte culpable de la actitud actual de su compañero.
Pero la que más lo notaba era Miriam. No conseguía arrancar más que monosílabos de Luís. Decidió que estaba empezando a estar harta de ese hombre tan cambiante. Si él había elegido no amar ni ser amado durante toda su vida, era su problema.
Don José fue, de nuevo, quien animó a Miriam a continuar su tarea.
-No sé, Don José, creo que no vale la pena.
-No seas tonta y hazme caso. Habla con él.
-¿Para qué? No quiere.
-Estoy seguro de que ha pasado algo.
-¿Algo? Que su sobrino no es como usted.
Está como una cabra.
-Tú le sigues queriendo.
-Todo ser humano tiene un límite. Y yo he llegado a él. Estoy cansada. Si va a ser así toda su vida, no quiero compartirla, me volvería tan loca como él. Un día bien, otro mal, otro peor… No, gracias.
-Haz un último intento. Estoy seguro de que algo ha pasado.
-Pero, ¿el qué? Habrá sido en su cabeza. No ha ocurrido nada.
-¿El está bien ya del accidente?
-No del todo. Le queda un poco de cojera en la pierna derecha. Es por la rodilla.
-O sea, que no puede hacer vida normal…
-Sí, vida normal sí. Lo que no puede practicar es ningún deporte.
-Mmmm, podría ser eso.
-Pero si se opera, quizás pueda volver a practicar deporte. Lo que ocurre es que no quiere.
-Eso lo entiendo. A todos nos da miedo pasar por el quirófano.
-Pero él estaba bien antes, sabiendo lo de la rodilla y que tenía que operarse. Y de pronto, plaf, otra vez sin hablar, sin ilusión… otra vez igual que al principio.
-Reconozco que se hace cuesta arriba. Pero, créeme, le conozco. Sé que algo ha ocurrido.
-No sé…
-Habla con él. Hazme caso.
-No querrá.
-Eres su jefe. Oblígale.
Miriam mira a Don José. Intenta evitar que una lágrima salga de sus ojos. Sonríe con tristeza al viejo cascarrabias.
-Hazlo –insiste él.