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Novela “El Asesino Educado”, de Martín Hache. Capítulo 10.

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CAPITULO X. EL ASESINO EDUCADO

Habían pasado tres semanas desde que se publicara el primer artículo sobre “El asesino educado”.

La reacción de los lectores había sido sorprendente. El lunes, 3 de octubre, se agotaron las dos ediciones de mañana y se vendió muy bien la vespertina.

Dominicci se había mostrado reacio a reconocer que la causa del aumento espectacular de las ventas pudiera ser el artículo de Lokis.

Pero las llamadas de varios jefes de redacción de la competencia interesándose por el caso del exterminador de groseros, terminaron por convencerle.

Había que reconocer que la época, periodísticamente hablando, era floja. No se producían grandes catástrofes últimamente y los campeonatos deportivos acababan de comenzar. Por otro lado, la política seguía como siempre: todo el mundo sabía de la corrupción que reinaba en esos ambientes pero a nadie parecía interesarle ya, quizá ahítos de ser informados siempre sobre el mismo tema y sin que pareciera que pudiera tener solución.

La crisis económica, que en este año se había agudizado particularmente, sobre todo en lo que hacía referencia a la clase media de, no solo la nación, sino el continente, parecía necesitar un revulsivo para que la gente volviera a

comprar –y leer- prensa y se interesara por las noticias en radio y televisión. Y el tal asesino educado parecía ser ese revulsivo.

Paradójicamente, la mayoría de compañeros había vuelto a tratar a Lokis como a un ser humano. Incluso Bumper pareció olvidar la traición de su compañero y volvía a ser, aparentemente, su amigo. También es cierto que Arturo Platt había explicado que fue gracias a él, a Bumper, por lo que pudo seguir adelante con su investigación inicial sobre el exterminador de groseros.

Ávidos los medios de comunicación de carnaza para su público, tanto el “Noticias Diurnas” como el “Diario Ciudadano” dedicaban extensos artículos de fondo al hombre que intentaba devolver la educación ciudadana y el civismo a la sociedad. Pero, en sus informaciones, normalmente hacían referencia o bien al periódico en el que se originó la noticia –el recibir los anónimos había pesado mucho- o bien al periodista que comenzó la investigación.

Lokis había pasado de ser el último mono de su empresa a estar en lo más alto del momento de la cotización periodística; todo sucedía tal y como él mismo había calculado. Tenía en su poder la historia más interesante del mercado. Y ahora ya no necesitaba, al menos inmediatamente, que el asesino siguiera matando. Podía tomarse las cosas con más tranquilidad y esperar pacientemente al tercer crimen; un tercer asesinato que, sabía, llegaría tarde o temprano.

En “El Guardián” aparecieron dos artículos más esa semana: uno el jueves y otro el domingo.

Dominicci recibió una llamada de su jefe de redacción el lunes 10 de octubre; cuando se entrevistaron ambos, el resultado fue que el editor del periódico quería tener a Lokis para la revista semanal que editaba el mismo grupo: “El Centinela”.

Lokis recibió una propuesta de las importantes. Su sueldo en el rotativo diario se doblaba y, además, recibía un sobresueldo semanal por una colaboración especial, anunciada en portada, en “El Centinela”. Lógicamente –después de hacerse rogar un poquito- el periodista aceptó.

El viernes catorce apareció en el semanario un artículo que era el resumen de los aparecidos en “El Guardián” a lo largo de las dos últimas semanas. La firma, por supuesto, era del mismo hombre.

“Ándense con cuidado. Las amenazas del gobierno a lo largo de estos últimos años no son nada; que si no se paga el impuesto tal podemos ser objeto de una fuerte multa e, incluso de cárcel. Que estamos sometidos a vigilancia telefónica. Que el embargo pesa constantemente sobre nuestras cabezas. Nada. Nada de nada. Con lo que hay que tener cuidado es con ese hombre que anda por ahí, armado hasta los dientes, preparado para enseñarnos lo que es educación. Y, precisamente, hemos de andar con cuidado porque no somos educados. Somos unos groseros. Empezando por el gobierno, claro.

Yo, por mi parte, cedo el asiento en el autobús a aquellas personas que lo necesitan más que menda. Y, en el coche, procuro respetar las señales de tráfico y tratar a los demás conductores con educación y respeto. Y eso lo hago desde que nuestro asesino educado me concienció de ello. Pero, en mi caso, no ha sido por miedo. Mi reacción se ha producido por haberme dado cuenta –siempre gracias a “él”- de que no podía seguir viviendo como lo estaba haciendo.

Y les puedo asegurar que me siento mejor conmigo mismo. He descubierto que ayudar a los demás, preocuparse por ellos, es la mejor terapia para llevar una vida sana y tranquila. Y que se ande con cuidado el gobierno. Ahora ya tenemos a quien nos defienda de sus groserías. Solo hace falta que vuelvan a pasarse un pelo y, todos, nos reuniremos en la plaza más grande que encontremos en la ciudad y, desde allí, llamaremos a nuestro asesino educado: que entre, de nuevo en acción. Y la policía no podrá con él. Seguro que más de uno, en esta ciudad, estaría dispuesto a ayudar a nuestro hombre para que siga con su “limpieza”. ¿O no?”

“Lokis”.

“El Centinela” era el semanario de opinión más leído. Y el artículo de Lokis provocó un revuelo enorme. El periodista fue tachado de fascista por la mayor parte de la sociedad de élite, pero sus jefes estaban encantados. “El Centinela” rebasó esa semana el millón de ejemplares de venta llevando en su portada el señuelo de su artículo estrella. Un dibujo de un hombre sin rostro, con cazadora y pantalón gris, acompañaba unas palabras: “El asesino educado”, un trabajo de investigación de Lokis.

La gente, al echar un vistazo a la portada, ni siquiera miraba de reojo a la chica en bikini que figuraba en primer término. Los quiosqueros no tenían la menor duda: la revista se vendía por la historia del “asesino educado”.

Si el mensaje de Lokis era conservador o, peor aún, incitaba al delito, a los integrantes del consejo de administración de la empresa que editaba “El Guardián” y “El Centinela” les importaba un soberano pimiento. Con calcular los beneficios que podían tener en el ejercicio de ese año tenían más que suficiente para sentirse satisfechos.

El resultado fue que Lokis pasó a escribir otra sección fija en la revista, al margen de su artículo semanal sobre su asesino. Y, en el diario, era la estrella. Cada día uno de los artículos de opinión que rodeaban al editorial era suyo. Y siempre tenía de fondo el mismo tema: su asesino.

La gente empezó a hablar a todas horas del tipo aquel que exterminaba groseros. A todo el mundo le parecía bien –bueno, a todo el mundo no, lógicamente, pero a los que les parecía bien les parecía incluso muy bien- que el tal asesino andara por la ciudad eliminando la grosería; nadie pensaba en su propia persona como una víctima potencial, pero todos conocían a alguien que merecería recibir la visita del asesino que mencionaban los periódicos.

Incluso, a nivel de calle, Lokis empezó a ser conocido como la única persona que sabía algo del hombre objeto de atención.

Y, eso, fue la espoleta que la bomba Lokis necesitó para empezar a ser requerido por todo y por todos.

Primero fue la radio. Lokis fue entrevistado un par de veces, una en cada una de las emisoras más importantes a nivel nacional. Y, enseguida, la televisión. Pero cuando fue a la televisión ya tenía un programa semanal, fijo, en radio.

El viernes 21 de octubre, en el debate social de las veintiuna horas –el programa informativo de más audiencia de todas las cadenas- en la cadena estatal, James Grillo, la figura de la televisión, le entrevistaba.

-Buenas noches, señor Platt.

-Lokis, por favor. Todo el mundo me conoce así.

-Arturo Platt, “Lokis”. ¿Por qué ese apodo?

-Mi madre es de origen gitano, del centro del continente. En el idioma que ella habló en su infancia, “Lokis” significa “Lobo”. Y, desde pequeño, en casa me llamaron así, por mi carácter, supongo.

-Un lobo, ¿estepario?

-Periodista. Tan solo eso.

-Eso es mucho, amigo mío. ¿Cómo se le ocurrió la historia de ese “Asesino educado” del que habla todo el mundo?

Lokis cruzó las piernas y adoptó una pose “interesante”.

-No se me ocurrió. Es una historia real. Lo único que hice fue contarla y creer en ella como fenómeno periodístico.

-¿Tuvo usted el apoyo de sus jefes desde el primer momento?

El locutor hizo un inciso y la cámara le enfocó en primer plano, como si tuviera un aparte con el espectador.

-Hay que decir que nuestro amigo Lokis trabaja en la redacción del conocido diario matutino “El Guardián”.

Lokis apuntilló, al volver al plano general.

-Y en la revista “El Centinela”.

Grillo asintió, sonriente.

-Sí –siguió Lokis-. Desde un primer momento mi jefe más inmediato creyó en mi historia y me ofreció todo su apoyo. Es importante señalar, creo, que en la redacción del “Guardián” todos somos como una gran familia. El ambiente de trabajo no puede ser mejor. Y yo siempre he sido considerado un excelente investigador en el campo de los sucesos, modestia aparte.

La entrevista siguió con la realización típica de ese tipo de programas de corte tradicional: planos generales cortados por los consabidos plano-contraplano, según hablaban Grillo o Lokis.

-Creo que el motor para que la historia saliera a la luz fueron unos anónimos.

-En efecto. Primero una llamada nos avisó del primer… asesinato. Luego, un anónimo confirmó la llamada. En el segundo caso, se produjo solamente lo segundo.

-El anónimo.

-Exacto. Pero nuestro asesino dejó grabada la letra “G” de grosero en el cuerpo de su víctima.

-Pero usted explicó los dos asesinatos con pelos y señales en uno de sus artículos.

-En el primero, en efecto.

-Sí. Con lo que se anticipó a toda la profesión periodística del país. Pero, ¿cómo supo todas esas cosas acerca de los crímenes, cómo pudo hilar tan fino?

-Bueno, yo no puedo dar a conocer mis fuentes de información. Usted sabe que eso no sería ético.

-Por supuesto –Grillo sonrió con dientes blancos y recién limpiados a su inmensa audiencia.

-Pero –siguió Lokis-, puedo decir que fue un exhaustivo trabajo de investigación, que me ocupó durante muchas jornadas día y noche.

Grillo volvió a hacer un aparte, sonriendo desde debajo de su pelo canoso y bien peinado y desde encima de su solapa color crema.

-Como cualquier buen periodista.

-Exactamente. Ha sido ese trabajo de investigación lo que me ha permitido explicar a nuestros lectores… y hoy a nuestros televidentes, que por cierto son incontables en este programa, la historia del asesino educado.

Grillo se puso serio. Revisó unas notas acomodado en su sillín.

-En sus artículos, usted parece tomar partido por ese hombre que anda matando gente por la ciudad.

Lokis no esperaba una andanada tan directa. Pensó que no habían hablado de esa pregunta en la hora y media en que estuvieron preparando el programa. Enseguida reaccionó.

-No. Yo no tomo partido por nadie. Yo explico unos hechos y me limito a exponerlos tal y como fueron, o como he averiguado que fueron.

Grillo siguió atacando. Pero Lokis había tenido tiempo para preparar su siguiente respuesta.

-Pero, por ejemplo, y leo de sus escritos, usted dice: “(…) Y la policía no podrá con él. Seguro que más de uno, en esta ciudad, estaría dispuesto a ayudar a nuestro hombre para que siga su limpieza –esta última palabra entrecomillada-.

Lokis sonrió de una manera muy agradable y que había ensayado ante el espejo de su cuarto de baño desde que se enteró de que iba a ser entrevistado en el programa de Grillo.

-Eso no lo digo yo. Lo dice la gente. He preguntado a todo tipo de personas y, en un ochenta por ciento, están a favor del asesino educado.

Grillo decidió pasar al resultado de la encuesta que el equipo del programa efectuaba cada semana y que, en esa ocasión, hacía referencia al “asesino educado”.

-Pues vamos a comprobar la autenticidad de las palabras de nuestro invitado. Durante la presente semana, el equipo del programa ha dedicado nuestra tradicional encuesta a este tema. Veamos lo que nos ha dicho la gente de la calle.

Una voz de mujer informó a continuación del resultado de la encuesta, efectuada sobre diez mil personas: Siete mil ochocientas veintiséis estaban a favor de que el asesino educado siguiera su carrera criminal. Mil ciento treinta y tres opinaban en contra y existían mil cuarenta y una personas que no habían contestado a la encuesta por un motivo o por otro.

Grillo decidió que no iba a atacar de nuevo a Lokis. Sonrió.

-Pues ya lo ven ustedes. Nuestro querido Lokis tenía razón.

Lokis suspiró levemente mientras Grillo seguía su discurso.

-La inmensa mayoría de nuestros encuestados, no tan sólo saben del tal asesino sino que son partidarios de que prosiga esa labor macabra que comenzara hace unos días –de cualquier modo, Grillo era un veterano y prefería no “mojarse”-. Pues agradecemos la presencia en nuestros estudios de tan magnífico periodista y le deseamos que prosiga su carrera de la misma forma y que nos siga informando acerca de ese “Asesino educado”, tal y como el mismo Lokis le bautizó. Gracias.

-A ustedes.

Volvió un primer plano del rostro sonriente de Grillo.

-Y ahora un poco de música con el grupo “Pubertades” que vuelve a reunirse tras quince años de separación.

Lokis era la figura indiscutible del “Guardián”. Las sonrisas de sus compañeros le parecían antes un reconocimiento de su capacidad profesional que una hipocresía, aunque lo que despertaba entre ellos no era admiración sino envidia y odio en algunos casos. Solo que no se lo demostraban y que, ahora, todos querían hablar con él o bajar juntos a la “Moby Dick” para compartir una charla ante unas copas.

En la cafetería, Lokis había llegado un día y pagado todo lo que debía. Incluso dejó pagado, por un mes, todos los cortados, cafés y bocadillos que pudiera

tomarse Bumper. Aunque éste, cuando se enteró, calculó que tendría con ello no para un mes sino para un año.

La satisfacción de Lokis era enorme. Pero, el tiempo comenzaba ya a pasar en demasía y no se había producido un nuevo asesinato que le permitiera seguir con el chollo. Y la gente olvida rápido, muy rápido. Necesitaba más carnaza para seguir con la misma historia.

No había buscado ya más muertos. Estaba seguro que cuando se produjera el tercer crimen, el asesino se lo comunicaría a él, exclusivamente a él y a nadie más. Pensó que ya iba siendo hora de buscar una tercera víctima. Y se lo comentó, entre otros, a Eloy Schneider.

Durante las últimas tres semanas, Eloy había estado recortando los artículos de Lokis sobre él. También había leído, aunque no guardado, lo que se había publicado en otros periódicos acerca del tema. Un anuncio en “El Guardián” le avisó de que, a partir de esa semana, “El Centinela”, semanario de la misma empresa editorial, publicaría artículos y colaboraciones del periodista Lokis. Lo compró y también recortó lo que encontró sobre “El asesino educado”.

Comenzaba a gustarle el nombre. Se acostumbró a leer sobre su persona bajo ese titular. Con Miriam seguía miel sobre hojuelas la relación. Ambos estaban muy a gusto juntos, aunque algunos días Eloy prefería dormir solo; la chica hacía lo que Eloy dijera, de modo que no había ningún problema entre ellos.

La policía había ido a su piso un par de veces antes de encontrarle. Le hicieron preguntas sobre el vecino asesinado, pero fueron de mero trámite. Cuando los policías se hubieron marchado, Eloy pensó que sabía controlar muy bien sus emociones.

Durante los primeros días después del segundo crimen, perdió todas las ganas de seguir matando. Incluso, al ver alguna grosería en la calle, se daba cuenta de ella pero no le producía la rabia que le había causado días antes.

Pero, poco a poco, con el paso de los días, volvía a revolverse al ver cualquier acto de ineducación. Además, se estaba volviendo más intolerante y cosas que antes pasaba por alto ahora recibían más atención por su parte.

Había preparado, aún sin ganas, su tercer crimen. Lo ejecutaría cuando sintiera la necesidad de ello. La persona elegida era la cliente de los almacenes de Miriam. Sabía que los miércoles y los viernes iba siempre, por la tarde, de

compras al lugar en el que trabajaba la chica, con el niño pequeño al que dejaba destrozar todo lo que quisiera. Un miércoles, incluso, había seguido a la mujer. Pero había cierto peligro si quería eliminarla a esas horas. La mujer subía a un autobús y bajaba de él en una barriada extrema, al norte de la ciudad, muy concurrida entre las ocho y las ocho y media. De todas formas, era un lugar al que Eloy había ido por primera vez siguiendo a su presunta víctima, de modo que era muy difícil que nadie le conociera por allí.

Durante las tres semanas últimas, había esperado a Miriam, cada tarde-noche, en la cafetería “Moby Dick” y allí, como en muchos otros lugares de la ciudad, uno de los temas de conversación prioritarios era el del asesino. Y mucho más que en otros sitios, al ser el bar que estaba situado bajo la redacción del “Guardián”.

Lokis, lógicamente, había pasado a ser la gran figura de la “Moby Dick”, como era la de su periódico. Fue el mismo periodista el que entró en contacto con Eloy, un día que éste estaba sentado a su lado escuchando la conversación que Bumper y Lokis mantenían con otros compañeros de la competencia sobre, cómo no, el asesino.

-Y usted, ¿qué opina sobre el asesino educado?

Eloy se hizo el distraído.

-¿Qué? ¿Sobre quién?

Le parecía fantástico que él no hubiera necesitado comenzar la relación con el periodista. Decididamente, era un poco memo, el tipo aquel.

-Ah…ese hombre. Bueno, supongo que hombre. Quizá pudiera ser una mujer.

Lokis se quedó helado. No había pensado en ello. Pero, en una fracción de segundo, decidió que no. El pasajero del autobús, el conductor…ambos habían coincidido en que era un hombre.

-No, hombre. Es un tío. Se lo aseguro. Yo sé mucho sobre él.

Eloy se quedó mirando a los ojos del periodista con gesto inexpresivo. Muy tranquilo. Luego sonrió.

-Ah.

-Soy Lokis. Quizá haya usted leído mis artículos. Soy el que descubrió al asesino.

Bumper y los otros terciaron en la conversación.

-Y el que le bautizó.

Eloy tendió su mano hacia Lokis.

-Eloy Schneider. Contable.

Se estrecharon las manos.

-Mucho gusto.

-Igualmente. Es el primer periodista que conozco en mi vida. Debe usted tener una existencia apasionante.

A Lokis le cayó bien aquel tipo. Quitó importancia a lo que hacía.

-¡No, hombre, qué va! Soy una persona como cualquier otra, como usted. Solo cuento lo que veo.

-Ya.

-Son ustedes, la gente que lee los periódicos, los que nos permiten existir a nosotros.

Bumper y los otros asintieron muy convencidos a las palabras de Lokis. Bebieron de sus copas. Incluso Bumper se estaba tomando una caña. El único que no bebía alcohol en ese momento era Lokis: atacaba un café sólo, con mucha agua.

-Comprendo.

-No me ha dicho usted todavía qué es lo que opina de ese asesino educado.

Eloy estaba preparado para ese momento.

-Bueno. No estoy seguro de que se pueda ir por ahí matando a la gente.

-¡Es que usted debe ser una persona muy tranquila! ¿No ha visto nunca a ningún grosero? ¿No ha sufrido las impertinencias de alguien?

Eloy hizo como si buscara en sus recuerdos.

-Sí… supongo. No sé. Quizá es que tenemos poca paciencia.

-¡Éste es un santo varón! – rio Lokis mirando a sus compañeros, que rieron la ocurrencia. Luego, se volvió de nuevo a Eloy.

-No se moleste. Era solo una broma.

-No, si yo no me molesto nunca.

A Lokis le agradó la tranquilidad que emanaba de aquella persona.

-¿Sabe una cosa? Es usted la primera persona con la que hablo sobre el asesino educado que no contesta exaltado. Tanto los que están a favor como los que se muestran contrarios a las andanzas de ese tipo, contestan siempre de manera exacerbada.

-Estarán nerviosos. La gente

-Efectivamente. Este tío es un filósofo.

Volvieron a reír. Incluso ahora también lo hizo Eloy. Lokis le pasó una mano por la espalda y le dio unas palmaditas en el hombro contrario.

-¿Viene mucho por aquí?

-Cada día. Vengo a esperar a mi novia cuando sale del trabajo.

-Pues ya charlaremos usted y yo. A lo mejor me ayuda su punto de vista para confeccionar mis artículos.

Eloy volvió a sonreír.

-¡Hombre! Para mí será un placer si puedo ayudarle en algo. Sería increíble leer luego algo que yo he dicho…

-Pues verá como pasa. Los periodistas siempre bebemos en las fuentes del hombre corriente.

“Mamón. Tu sí que eres un hombre corriente”, pensó Eloy.

-Pues encantado. Les dejo, ya veo venir a mi chica.

Eloy fue a recibir a Miriam a la puerta. Se besaron. Miriam fue observada de arriba abajo por los periodistas que acompañaban a Lokis en la barra.

-Mira el mosquita muerta ese… vaya tía se ha llevado.

-Será cabrón.

-Verdes. Las lleva verdes, tu…

Eloy y Miriam se sentaron a tomar un par de cafés con leche. El hombre le explicó a la chica que acababa de conocer al periodista que escribía sobre el asesino educado. Miriam sintió curiosidad y miró hacia la barra. El asesino aquel era también el tema central de las conversaciones en los almacenes.

Un par de días después, Eloy presentó a Miriam a Lokis. Uno de esos días en que alrededor del periodista no había colegas de la profesión.

Normalmente, Eloy charlaba un rato con Lokis y algún otro representante de la prensa que se hallaba junto a él, y, cuando llegaba Miriam se sentaban aparte, los dos solos, a charlar.

Algún día que Lokis estaba solo, se sentaba con ellos.

-¿Molesto, pareja?

-Qué va, siéntate.

-¿Cómo está la chica más guapa de la ciudad?

Cuando Lokis le preguntaba cosas así a Miriam o le echaba algún piropo, Eloy no sentía la menor preocupación. A la chica le halagaban aquellas muestras de simpatía pero sólo podía pensar en un hombre como compañero de todo: Eloy.

Los días iban transcurriendo.

Uno de ellos, el lunes 24 de octubre, Lokis le comentó a su nuevo contertulio:

-Ya va siendo hora de que el asesino educado vuelva a matar.

-¿Sí? ¿Tu crees que lo va a hacer?

Lokis dio el primer sorbo al segundo whisky con cola. Llevaba un par de días que había vuelto a su bebida tradicional.

-No sé si lo va a hacer. Pero yo necesito que lo haga. Se me está acabando el tema.

Cuando Eloy dejó a Miriam en su casa –esa noche no la pasarían juntos- volvió hacia la suya pensando en lo que había dicho el periodista.

“Creo que tiene razón. La gente está empezando a olvidar.”

Se estudió. Intentó pensar en groserías. La rabia le invadió pero poco. No era suficiente. Se concentró. Desde que matara al vecino no había vuelto a sentir el placer. Pensó en ello. Sí, ahora ya estaba más predispuesto a seguir su trabajo. Pero todavía no acababa de sentir lo que quería. Ni siquiera concentrándose.

Se desnudó y se acostó. Apagó la luz. Se estaba durmiendo, cuando oyó el ruido de arrastrar muebles en el piso de arriba. Le desveló. Siguió un buen rato el ruido. Durante ese espacio de tiempo que oyó los arrastres de muebles se fue cabreando de modo alarmante. Cuando acabaron se fue a la cocina y se tomó un café.

Volvió a la cama y no se podía dormir. La rabia le invadió. Le vino a la mente la madre del niño en los almacenes; el crío destrozando todo ante la indiferencia maternal. Pensó en la mujer colgada boca abajo, desnuda, y él clavándole alfileres enormes por todo el cuerpo, hasta acabar con el último alfiler atravesando su corazón. El niño miraba, llorando, la escena. Luego, cuando la mujer murió, el infante se echó a reír.

Volvió a la realidad. Se calmó. Pensó que cuando se levantara sería martes. Y, al día siguiente, miércoles.

¡¡¡ CONTINUARÁ !!!