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Capítulo Diez.
Se extrañó. Se extrañó mucho. Estaba allí mismo, en una casa que no era su casa aunque la sentía como tal.
Enfebrecido, limpiaba a toda velocidad, pero muy a fondo. El polvo con el plumero. Los rincones. Las telarañas de un techo que no existía, pero que sentía.
Y luego de rodillas. Fregando. Fregando el suelo una y otra vez, una y otra vez. Hasta que, de reluciente que iba quedando, cambiaba el dibujo del parquet. Ahora podían verse unas ágiles y gráciles tigresas saltando, ahora unas aves estilizadas, ahora unas serpientes reptando.
De pronto, con el cepillo en una mano y el betún en la otra, limpiando el calzado, sacándole brillo. Ahora los zapatos negros: los de tacón de aguja, los de salón, los de estar por casa, los cómodos. Después, los de color, las botas de media caña, las zapatillas… todo el calzado femenino. El de ella.
Y se acababa el abrillantador. Y limpiaba con la lengua. Febril, temiendo que llegara y no estuviera todo a punto.
Luego la ropa, la interior, la de casa, la de calle, la de cama… Toda. Lavándola a mano. Ayudándose de los dientes para acabar con alguna mancha.
Y la comida. Preparar la comida. Los platos que a ella le gustaban. Todo a punto. Y mirando el reloj. Las ocho, las nueve, las diez… No tendré tiempo. No llegaré a tiempo. Las once, las doce, la una. Ella va a llegar, va a llegar y no estará todo preparado.
Las dos. Se enfadará. Se enfadará mucho.
Las tres. Está a punto de llegar. Y aún me falta fregar el cuarto de baño, pulir el suelo del salón, acabar de…
Ting. Tarde. Muy tarde. Siempre tarde. Y ella allí, gritándome, amenazándome, humillándome… Yo de rodillas, pidiendo clemencia, clemencia… y, ìoh, Dios mío!, si no tengo rodilla… me falta la rodilla derecha… Y ella lo ve. Y ríe, se ríe siempre de mí… Mi rodilla ¿Dónde ha ido a parar mi rodilla?
Despertó. Entre sudores y tardando unos cinco minutos en reconocer su entorno. Escuchó, todavía entre sueños, la voz masculina. ¿Era Anguera?
-Todo ha ido perfectamente.
-Gracias, doctor.
Se sobresaltó al oír la voz femenina. No había acabado de fregar.
-En un par de días a casa. Y dentro de un mes ya podrá practicar, suavemente, algún deporte.
Sí. Era Anguera, su médico. Y la voz era la de Miriam. Poco a poco, su sueño se iba desvaneciendo en su cerebro mientras la realidad se abría paso en él.
-Cariño, has tenido algún sueño… Te movías mucho y hablabas…
-¿Tengo que arrodillarme? -replicó él.
-¿Qué dices? ¿Arrodillarte? –Miriam rió-. Ahora no, pero dentro de poco ya podrás hacerlo con toda normalidad.
“Era verdad. Quiere que esté de rodillas”, pensó Luís. Aunque un par de minutos después había olvidado por completo la pesadilla que se le había hecho eterna.
-Pasado mañana estarás en casa. Y, si quieres, yo estaré contigo.
Luís se quedó pensativo. La chica le hablaba como si estuvieran juntos. Intentó recordar.
“No… No lo dije… Fue en el sueño… ¿O no?”, pensó.
Miró a Miriam con ansiedad.
-Intentaste que te dijera algo…
-¿Qué?
-Cuando me iban a operar. Cuando me anestesiaron… ¿No es así… o lo he soñado?
-No, no lo has soñado –certificó Miriam.
-Entonces… ¿lo dije?
Miriam, muy sonriente y con expresión triunfadora, asintió con la cabeza.
Luís la volvía a encontrar como la mujer más deseable del mundo. Estaba de nuevo excitado con sólo verla. Sobre todo con aquella expresión de triunfo que tanto le molestaba y le atraía al mismo tiempo.
Pensó en negarlo todo. En decir que estaba dormido. Pero ahora se acordó. Quizá el miedo a la mesa de operaciones había contribuido a ello, pero recordó que se lo dijo: “Te quiero…”
Y algo más. Intentó llamarla bruja para mitigar algo el efecto de su derrota, pero no consiguió acabar la palabra. Después de eso, la nada y luego las más extrañas pesadillas que ya había olvidado.
Mirò a la chica con ternura. Ella le cogía mano. Con cuidado de no moverle el brazo donde tenía colocado el gota a gota.
-Te quiero.
Miriam sintió como si toda la felicidad del mundo se agolpase en su pecho, intentando salir. Y las lágrimas la desbordaron los ojos sin que ya intentara nada por evitar llorar.
-Quiero pasar el resto de mi vida contigo.
A Luís ya no le importaba decir todo lo que sentía. Es más, lo necesitaba. Había estado tanto tiempo negándose la evidencia, que era como una terapia.
-Yo también quiero vivir siempre contigo.
Miriam le abrazó.
Sintió el amor más profundo que recordaba haber sentido en toda su vida y supo que era así porque él sentía lo mismo. Las miradas de ambos se lo decían el uno al otro. Estaban enamorados y tenían ganas, los dos, de gritárselo al mundo, de que todos se enteraran y lo celebraran con ellos.
Y así fue. Si en su primer matrimonio Miriam asistió con Mario y dos testigos a una boda civil, en este caso tuvieron, ella y Luís, a mucha gente acompañándoles.
Primero en la iglesia, una de las más antiguas y coquetas de la ciudad, y luego, en el banquete.
Los padres de Miriam, Alex, Don José, incluso Mario y Vicky con sus dos hijos, la plana mayor de los jefes de la Compañía con sus parejas y muchos de los empleados, el doctor Anguera… Y, como padrinos, Ricardo y María.
En cuanto tuvieron la oportunidad, se escabulleron. Con el coche de Miriam se fueron a un pequeño hotel de la montaña en el que habían reservado habitación.
Y todo comenzó.
Capítulo Once.
Cuando salió del cuarto de baño él estaba tumbado boca arriba en la cama, con los pantalones del pijama, mirándola con ojos de deseo.
-¿Qué te has puesto?
Miriam sólo llevaba puesta la chaqueta del pijama de Luís, del que éste tenía los pantalones.
-Como sé que sólo usas el pantalón del pijama…
-¿Y aquella tentación que llevabas en la maleta?
-¿Te refieres a la roja o a la negra?
-A la negra.
-Oh, llevo algo mejor aquí debajo.
-¿Sí?
Miriam se despojó de la chaqueta del pijama con movimientos cadenciosos e insinuantes, como si estuviera haciendo un “strip-tease” en un local de esa especialidad.
Luís lanzó un silbido cuando la chaqueta del pijama se estrelló en su cara lanzada por la joven.
-¿Qué? ¿Tenía razón o no?
El hombre asintió entusiasmado mientras ella se acercaba a él. Decididamente, aquella mujer ganaba mucho sin ninguna ropa.
-Tengo ganas de entrar en ti, amor mío…
-Y yo de sentirte… pero, antes, te lo tienes que ganar.
Luís la miró a los ojos. Ambos rieron.
-Perdona, cariño… Estoy acostumbrada a ser la que manda… Me acostumbraré a ser iguales…
Hablaba con sorna. Le gustaba tomarle el pelo.
-Claro. Con Alex ya podías tú sola…
-Ahora seréis dos contra mí.
-No en la cama, espero…
Volvieron a reír.
-No creas. Le encanta dormir conmigo; cuando menos me lo espero aparece en mi cama…
Luís mira a todos lados. Miriam, riendo le da una bofetada cariñosa.
-Aquí no, no seas tonto…
El “tonto”, con un significado más importante incluso que el “cariño”, fue resonando en los oídos de Luís mientras su cabeza se lanzaba de excursión, como solía decir.
Los labios del hombre volvieron a ser suaves y sabios. La excitación de Miriam fue todavía más rápida que la primera vez. Ella misma se sorprendió. Y no pudo evitar un grito de placer cuando alcanzó su primer clímax de casada.
Atrajo al hombre hacia sí, quedando las dos caras frente a frente, los dos cuerpos de lado sobre el lecho.
-Ahora me toca explorar a mí.
-Ahora no, mi amor… Si me excito más voy a acabar antes que tú. Y quiero que lleguemos los dos juntos…
-Yo también.
Se sintió primero el uno dentro del otro y, enseguida, no distinguían más que una sola alma y un solo cuerpo. Llegaron juntos, tal y como querían a donde querían e incluso fueron mucho más allá de donde hubieran podido imaginar jamás.
Después, exhaustos y jadeantes, abrazados con la fuerza del amor, se miraron hasta lo más profundo de los ojos.
-Este es el momento que quiero atrapar para siempre –se dijo a sí misma Miriam.
FIN