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El profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, que imparte estos días en la Universidad de Cantabria un curso de verano sobre la ira, aboga por separar política y sentimientos
La ira, la indignación, la política, las emociones, los sentimientos, la cólera divina y la representación de todas estas realidades en la literatura y el arte. Estos son los elementos de ‘La ira: entre la historia, el arte y la política’, el curso de verano de la Universidad de Cantabria (UC) que se imparte entre el 24 y el 26 de junio en la sede de Santa Leocadia, en el Monaterio de Nuestra Señora del Soto – Iruz. En este remanso de paz hablamos de ira con el director del curso, el profesor del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) Javier Moscoso. Un estudioso de los sentimientos que disecciona en sus innumerables trabajos cómo la Historia se ha ido transformando con las emociones humanas, y viceversa.
Ahora que estamos empezando a salir de la pandemia, ¿cree que el periodo de encierro nos ha apaciguado o nos ha vuelto más irascibles?
Hemos tenido muchas emociones a lo largo de la pandemia. Nos ha puesto a prueba de muchas maneras. Hemos visto emociones muy positivas, como la compasión, la solidaridad, la ayuda mutua. Hemos visto otras muy interesantes, cómo personas que se han sentido muy solas y otras demasiados acompañadas; ha habido quienes se han aburrido y otros que estaban demasiado entretenidos y ocupados. Además, dentro de lo que son las condiciones de convivencia también ha habido mucho rebrote de comportamientos iracundos.
¿Cómo se puede explicar el estallido de la violencia de género tras el fin del estado de alarma?
Lo que late detrás es el principio de colocar los sentimientos por encima de las razones, y pensar que el cuerpo tiene razones que la razón no entiende, parafraseando a Pascal. Hay que colocar los sentimientos y las razones en su justa medida. Una de las vertientes de la ira, de la cólera con mayor relevancia social, es en qué medida estamos dispuestos a justificar lo que antes se llamaba crimen pasional, resultado de una pérdida momentánea de la razón que justificaba el asesinato de la pareja, la violencia hacia la pareja o los hijos.
¿Y qué explicación encuentra a la violencia vicaria, en casos como el de las niñas de Tenerife?
No hay ninguna justificación. Es el intento de causar el máximo dolor posible. Vivimos en un mundo de mucho dolor vicario y está bien que se ponga sobre la mesa. El dolor vicario no solo forma parte de nuestra historia del crimen, sino también de nuestra propia forma de entretenimiento. Esta idea de hacer daño a los otros de forma indirecta no es nueva ni exclusiva de nuestro tiempo, pero ha reaparecido generando enorme inquietud.
¿Somos morbosos por naturaleza?
Somos una sociedad que consume mucho dolor, que disfruta viendo dolor, pero no el nuestro, sino en los medios de entretenimiento. Tenemos el umbral muy bajo para soportar el dolor propio pero una enorme liberalidad a la hora de entender el dolor ajeno. Hay que reflexionar sobre en qué medida nuestros valores están sostenidos sobre el dolor de otros, y no sobre nuestra propia sensación de cuál es el umbral que debería aplicarse a todo el mundo por igual.
¿Cuál es ese ‘click’ que transforma a una persona en un ser iracundo?
Aristóteles decía que hay tres condiciones para que se produzca la ira: la humillación, el menosprecio y el ultraje. Pero la pregunta es: ¿dónde colocamos nuestro propio merecimiento? ¿Quién o qué nos ultraja? ¿Nos hacen daño dependiendo de quién lo haga? La respuesta son las razones psicológicas que tienen mucho que ver con la idea que tenemos de nosotros mismos, y que tenemos de los demás. Generalmente no nos ultrajan nuestros superiores, sino nuestros iguales o inferiores. Todo involucra juicios sobre lo que merecemos, sobre nosotros mismos, nuestras expectativas, y la idea que tenemos de los demás.
Otro ámbito que también se mueve en la indignación constante, es la política…
Llevamos una temporada larga en la que se liberó la bestia de la indignación. El indignado se considera tabernáculo de la verdad, y no es un atributo de una posición política determinada. En el momento en el que se considera que el propio sentimiento visceral de la justicia puede ser utilizado como arma política, la puede usar cualquiera, por la derecha, por la izquierda, por los nacionalismos o por los constitucionalistas. El primer error fue pensar que la indignación era solamente un atributo de una opción política, se hablaba de los “indignados”. Pero en realidad cualquiera puede indignarse y pensar que se está produciendo una injusticia tan grande que se siente de manera visceral.
¿Es buena idea mezclar política y sentimientos?
En absoluto. Ahora todo el mundo considera que está indignado, todo el mundo aparece con las expresiones de su propio cuerpo como si fuera un sentimiento lo que está en juego, cuando en realidad lo que creo que debería estar en juego son razones de otro tipo. La política no se puede hacer con sentimientos, hay que mantenerlos a raya, en la posición a la que pertenecen. No se puede incitar a convertir la sensibilidad en un instrumento político.