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Novela “El Asesino Educado”, de Martín Hache. Capítulo 6.

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CAPITULO VI. DESENCADENAMIENTO

Se destapó la cabeza. La sensación de pánico se iba desvaneciendo. Encendió la luz. Se incorporó en la cama hasta quedar sentado. Encendió un pitillo. Ya no sentía miedo. El estar en casa, en su cama, le daba seguridad.

“Nadie nos ha visto. Cuando se golpeó estábamos solos. Nadie puede saber que he sido yo quien le ha matado”.

Notó un escalofrío recorriendo su espina dorsal cuando pensó en lo último. Él había matado a otro hombre.

“Ha sido un accidente”. Siguió Eloy con sus pensamientos.

“Yo no quería matarle. Sólo me he defendido”. Sus razonamientos, ahora, no le tranquilizaban. Otra vez volvió su nerviosismo. Sin saberlo, interesado por el suceso que acababa de vivir, por primera vez en muchas horas, no necesitaba combatir el recuerdo de las palabras del doctor Gay.

Recordó la subida al autobús del hombre. El empujón en las escaleras para entrar. Su progresión a codazos entre la gente. Recordó los rostros de los pasajeros, aunque no podía precisar las facciones en su evocación, y volvió a ver el miedo en sus miradas fugaces, en su apartar la vista. Recordó los codos del hombre en sus costados y la discusión inicial. La mirada desafiante del hombretón. Su azoro al descubrir la equivocación que había sufrido: ¿cómo era posible que se hubiera equivocado? Nunca antes le había ocurrido. Fue por ese error. Si hubiera subido a su autobús, jamás hubiera ocurrido algo tan desagradable.

¿Tan desagradable? Eloy pensó de nuevo en el hombre, en su rostro, en sus empujones, en sus codazos, en su expresión desafiante, en su provocación al perseguirle fuera del autobús.

“Se lo merecía. Era un cerdo. Una de esas personas que van por ahí pisando a los demás, sin pensar en nadie más que en ellos mismos”.

A medida que pensaba en todo, Eloy se iba indignando otra vez. La sensación, agradable y conocida, de ser invadido por la rabia, se iba apoderando de nuevo de él. Y le gustaba. Como le había gustado cuando vio al marica golpear a su perro; sentía la misma ansia de hacer justicia que entonces; solo que, esta vez, la había hecho. Y al pensar en ello, ahora desde esta perspectiva, se sintió bien.

 

Los pensamientos fluyeron a él de manera desordenada. Una confusión total se apoderó de su mente. Intentó poner orden en aquel maremágnum. Para deshacer el caos se serenó y dio una chupada profunda a otro cigarrillo que acababa de encender.

“Toda mi vida ha estado regida por la educación y el respeto a los demás. Pero ese comportamiento no basta para conseguir llevar una vida plena si los demás no cumplen también con las mismas consignas. Y no lo hacen. Por lo tanto, creo que ya es hora de, o bien liberarme de esa responsabilidad de ser una de las escasas personas que actúan pensando en el resto de la humanidad, o bien actuar en contra de los que han impedido mi desarrollo a partir de mis convicciones. Por lo tanto, y ya que he sido castigado con la pena de muerte sin haber hecho nada, es hora de que cometa el delito correspondiente. Otros como yo lo tendrán mejor si, en el tiempo que me queda de vida, me dedico a acabar con parte de esa sociedad que actúa haciendo caso omiso de los derechos del resto de sus conciudadanos.”

Respiró hondo y prosiguió su razonamiento con meticulosidad.

“Ya he empezado mi trabajo. Aunque ha sido por accidente, este hecho fortuito me ha hecho darme cuenta del camino que debo seguir. Noto en mí una sensación de bienestar conmigo mismo que jamás había sentido. Por primera vez en mi vida me siento bien; estoy de acuerdo en haber hecho lo que hice. Ese cabrón está como tenía que estar: muerto. Y además, nadie me ha visto en el momento de acabar con su vida. Este es un punto importante. Cuando termine con algún otro de los miles de… ¿cómo llamarlos?… groseros, eso es, groseros que hay en esta ciudad, debo hacerlo con las máximas precauciones. No puedo permitir que me cojan. No debo dejar ninguna pista que pueda

conducir a la policía hasta mi persona ni cometer ningún error que descubra que soy yo quien está impartiendo justicia”.

La alegría inundaba a Eloy. Tenía un objetivo desde ese momento hasta que pasaran los fatídicos seis meses.

“Aunque esté condenado a muerte, tengo que salir indemne de cada acción que ejecute para poder realizar la siguiente. Tengo mucho trabajo.”

De pronto, una duda asaltó la mente de Eloy.

“Pero, ¿de qué servirá que yo vaya impartiendo justicia? ¿A cuántos puedo matar en seis meses? ¿Cinco, diez, cien a lo sumo? ¿Y todos los que queden? ¿Quién sabrá que los que han muerto lo han hecho por groseros?”

Todas estas preguntas aguijoneaban el cerebro de Eloy Schneider, sin encontrar respuestas adecuadas.

“¿Y si envío un mensaje a los medios de comunicación, explicando mi caso y las intenciones que tengo? No. Se lo comunicarían a la policía y terminarían por cogerme. ¿Y si me escondiera mientras tanto? Pero, ¿dónde? ¿En qué lugar estaría a salvo? No, tiene que haber otro modo. El anonimato es lo más seguro para poder seguir… mi trabajo. Pero, entonces, ¿cómo hago que se enteren de lo que ocurre? ¿Cómo hago para que sepan que estoy matando gente… por grosera?”

Siguió dando vueltas al asunto, cigarrillo tras cigarrillo, hasta que se le ocurrió la idea.

“Ya lo tengo. Cada vez que acabe con alguien, le clavaré en su ropa un mensaje: Muerto por grosero. Sea amable con los demás”.

Emitió una risita al pensar en ello. Se regocijó en su idea y decidió que, pasara lo que pasara, seguiría adelante con sus planes y que pondría en práctica esta última ocurrencia.

“Tendré que hacer los mensajes con recortes de periódico. No hay que correr riesgos”. Siguió decidiendo.

“Acabaré con los groseros, con la mala educación, con el desprecio por los demás, con los malos modos… y la gente, aunque sea por miedo, volverá a ser educada y pensará en los demás. Conseguiré que el mundo cambie y sea un lugar habitable…aunque yo ya no esté en él.”

Pero, ¿cómo hacer que la gente se entere de que este primer grosero con el que acababa de terminar a la salida de un autobús, había sido eliminado –pese a ser un accidente- por eso mismo, por grosero? Pensó unos minutos.

Se levantó. Se sentía muy bien. Como nunca. Tenía un objetivo claro e iba a intentar cumplirlo. De pronto, la vida le pareció mejor de lo que nunca le había parecido. Y supo que había encontrado el verdadero objetivo de su existir. Cogió el teléfono para llamar a la policía, pero enseguida colgó el auricular. No podía correr ningún riesgo. La policía, seguramente, podía localizar desde dónde se hacía la llamada.

Se vistió y, cuando iba a salir, volvió sobre sus pasos. Cogió el periódico y apuntó el número de teléfono de la redacción de “El Guardián”.

Después de caminar durante media hora, bien lejos de su casa, consiguió encontrar, al segundo intento, una cabina telefónica que funcionara. Desde allí hizo su primera llamada.

-Jefatura de Policía, dígame.

-Buenas noches. Quería comunicar un asesinato.

-Diga su nombre, la dirección y enseguida enviamos un coche patrulla.

-No, no… hace unas horas que cometí el asesinato.

Esperó la voz al otro lado del cable, pero sólo oyó el ruido de algo, como una tecla apretada.

-¿Oiga?

-Sí, le escucho. ¿Dice que ha cometido un asesinato?

-Exactamente. En un autobús. Bueno, al salir de él. He matado a un tipo por grosero.

-¿Por grosero? No comprendo. Explíquemelo con más detalle.

Eloy iba a explicar más, pero de pronto, le extrañó la voz tranquila del policía. Colgó y salió corriendo. Al colgar interrumpió una maldición que iba a aparecer en los labios del compañero de guardia del que había contestado al teléfono.

Corrió durante diez minutos. Nada más dejar la cabina había oído la sirena de un coche de la policía, aunque no se había detenido a comprobar si iban a por él.

Muy lejos de la anterior cabina, entró en otra.

-Redacción de “El Guardián”.

-Quería comunicarles que, esta noche, he matado a un tipo al salir del autobús. Y lo he hecho por grosero. Por no tener en cuenta que hay más gente a su alrededor y andar molestándola. Seguiré acabando con esos tipos.

Colgó sin esperar ninguna reacción.

Cuando reaccionó, Bumper también colgó el auricular. Tomó nota de lo que acababa de escuchar. Prácticamente, con la experiencia acumulada de muchos años, la frase que había oído la reprodujo al pie de la letra. Echó un vistazo a la redacción. Aparte de él mismo y dos personas más que estaban de guardia, no había nadie. No supo por qué, pero el primer nombre que le vino a la mente fue Lokis.

-Martínez, ¿sabes si Lokis tiene que venir esta noche?

Martínez estaba al cuidado del teletipo y, por la distancia, oyó que Bumper se dirigía a él pero no entendió lo que dijo.

-¿Qué dices?

Bumper se levantó y, con la nota que acababa de tomar en la mano, fue hacia el teletipo.

-Si sabes si Lokis tiene que venir esta noche.

Martínez se encogió de hombros.

-Ni idea.

Bumper iba a volver sobre sus pasos cuando Martínez le habló.

-¿Qué es eso? ¿Algo importante?

Bumper se volvió de nuevo hacia su compañero. Hizo un gesto de quitar importancia al asunto y movió la mano que sostenía la nota.

-No. No creo. Un loco más de los muchos que viven en esta ciudad.

Lokis entró en la redacción sobre las cuatro de la mañana. Acababa de tomarse dos whiskys sin hielo en el “bar” del conserje de noche.

-¿Hay algo interesante?

Bumper levantó su mano. Lokis fue hacia él.

-¿Qué pasa? ¿Un incendio en el ayuntamiento? ¿Una matanza en masa?

-Lo primero no, desgraciadamente. Lo segundo, no sé…

Lokis miró a Bumper con atención pero con incredulidad.

-¿Qué es?

Bumper le pasó la nota. Lokis la leyó a toda prisa.

-¿Cuándo has recibido el mensaje?

Bumper levantó su antebrazo izquierdo y miró su reloj de pulsera.

-Hará dos horas.

Lokis apuntó la hora en el mensaje.

-Qué manía tenéis de no apuntar todo.

Bumper no hizo ni caso a las palabras de su compañero.

-¿Crees que puede ser algo importante?

Lokis se fue hasta la mesa donde dejaba sus cosas. Se sentó y volvió a leer la nota una y otra vez, bajo la atenta mirada de Bumper. Tras un par de minutos, meneó la cabeza en sentido negativo y dejó el papel sobre su mesa.

-Esto no es nada. Otro chalado que quiere ser famoso.

-Pero no ha dado su nombre. Y parecía tener miedo de hablar demasiado.

Lokis pareció no prestar atención a las últimas palabras de Bumper, pero había escuchado cada una de las sílabas pronunciadas por el periodista de guardia.

Cogió el teléfono y marcó un número. Esperó unos instantes, hasta recibir respuesta.

¿Está Walker? Lokis, de “El Guardián”.

Unos segundos más tarde tenía a Walker al otro lado del hilo.

-¿Walker? Hola, soy Lokis. ¿Habéis recibido alguna llamada ésta noche?

Cuando la voz de Walker inquirió el por qué de la pregunta, el periodista sonrió.

-Yo he preguntado primero.

Escuchó la explicación del policía de guardia respecto a un par de llamadas hasta que reconoció, a la tercera, al autor de la llamada a la redacción.

-Repíteme esta última otra vez, por favor.

-Lokis tomó nota literalmente de la grabación de la voz que había llamado a la Jefatura de Policía unos minutos antes de las dos de la mañana.

“Buenas noches. Quería comunicar un asesinato…”.

-Pónmela otra vez.

Avisó a Bumper, que se acercó a él. Colocó el auricular en la oreja de su compañero. Éste asintió al escuchar la voz.

-Es la misma voz –aseguró.

Lokis terminó de tomar nota, completando el mensaje del comunicante y las palabras de Walker, el policía de guardia, hablando con el presunto asesino.

-Gracias, Walker. Sí, nosotros también hemos recibido un comunicado del mismo tipo. Espera…

Lokis cogió la nota y se la leyó a Walker. Cuando terminó, esperó a oír la reacción del policía.

-No lo sé. Puede ser otro de los muchos tarados que llaman cada noche.

Las palabras que Walker soltó a continuación, despertaron el interés del periodista. Bumper, a su lado, esperaba con curiosidad.

-¿En serio? –dijo Lokis abriendo los ojos-. ¿Y dónde lo tenéis?

Lokis apuntó una dirección.

-Gracias, Walker. No te preocupes. Lo que sepa lo iré poniendo en vuestro conocimiento. Sí, me voy a hacer cargo de este asunto… si el jefe me deja.

Colgó sonriendo. Bumper esperaba ansioso. Al ver su cara, Lokis le contó lo que acababa de averiguar.

-Una patrulla ha recogido un tipo enorme, muerto junto a una parada de autobús. Le están haciendo la autopsia.

-¿Vas a ir? –preguntó Bumper.

Lokis ya estaba saliendo por la puerta de redacción.

-¿Tú qué crees? –fue lo último que escuchó el periodista de guardia.

Mientras se dirigía al depósito de Jefatura, Lokis notó una excitación interior que hacía tiempo que no sentía.

-¡Joder, joder! –exclamó en voz alta mientras pasaba un semáforo en ámbar, acelerando para no pillar el rojo.

Llevaba dos años en sucesos y no había cogido ningún caso interesante. No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que este asunto podía ser algo importante. Algo en lo que demostrar su calidad periodística. Sólo necesitaba una oportunidad y él sabría aprovecharla. De ahí a pasar a dirigir la sección o a ser trasladado a Política, pensó, sólo había un paso. Y quizás ahora, por fin, pudiera darlo.

Con esos pensamientos llegó al depósito.

Después de ver el cuerpo y hablar con el forense de guardia decidió que ese era el hombre al que se refería el que llamó a la redacción y a la Jefatura. Pero sintió una pequeña decepción. Parecía ser un accidente. El hombretón había fallecido al golpearse con el borde de la acera en la nuca. Una caída. Sólo un fuerte golpe en la boca del estómago podía hacer pensar en una pelea. Pero él

habría querido más. Una cuchillada, un martillazo, un simple disparo… cualquier cosa que no dejara dudas sobre que hubiera sido asesinado.

Salió del depósito y se dirigió a un bar que estaba abierto toda la noche. Entró en él, pero no vio a los colegas de otros periódicos que solían ir por allí. Fue directo a la barra.

-Un whisky.

Mientras el camarero le ponía un whisky, echó una ojeada hacia la calle, como esperando que alguien entrara, y preguntó.

-¿No ha venido nadie hoy?

-Han estado varios, pero hace un buen rato que se marcharon. Noel, del “Noticias Diurnas”, Laura del “Diario Ciudadano” y alguno más que no recuerdo.

Lokis se bebió medio whisky de un trago.

-¿Algo interesante?

El camarero se encogió de hombros.

-Por aquí no. Y ellos estaban todos muy tranquilos. Aburridos, diría yo. ¿Qué sabes de la dimisión del vicepresidente?

Lokis miró al camarero como si no le escuchara.

-¿La dimisión? Bah. No pasará nada. Seguro. Nunca pasa nada.

-Pues debería de pasar. No podemos seguir así. Yo, entre que cada vez viene menos gente por la crisis, y los impuestos, voy a tener que cerrar. Cerrar o pasar de hacer las cosas legalmente. Esto no hay quien lo aguante.

Lokis apuró su bebida. Pagó. Sabía el precio de memoria. Dejó una pequeña propina.

-Tienes razón. Vamos a tener que irnos todos del país.

Salió del bar mientras el camarero recogía el dinero y asentía a las últimas palabras del periodista. Llegó a su coche y arrancó tras meterse en él. No sabía a dónde ir. En el primer semáforo en rojo se puso a pensar.

“¿Cómo saber si ese imbécil decía la verdad? Y yo necesito que dijera la verdad. He tenido suerte de que Bumper me pasara la nota. Si se la llega a pasar a otro… Pero no sé de qué suerte estoy hablando, maldita sea… Como no vuelva a matar ese gilipollas estoy listo. ¿Quién podía saber algo del crimen?”

Un bocinazo tras varios segundos de luces, despertó a Lokis de sus pensamientos. Arrancó y cuando pasó el coche de detrás le hizo un gesto obsceno.

-¡Maricón! – acompañó el gesto con la expresión.

Se dirigió a la parada del autobús junto a la que había sido encontrado el cuerpo sin vida del hombretón. Aparcó y bajó del vehículo.

Revisó la zona. Desde el dibujo de tiza con el contorno del cuerpo hasta los números de autobuses que pasaban por esa parada. Sólo uno.

Decidió que, por las palabras del forense, el hombre había perdido la vida entre las diez y las once de la noche. Se hizo el propósito de viajar en ese autobús la noche siguiente, entre las nueve y media y las diez y media.

Se volvió a meter en su automóvil, de nuevo contento consigo mismo. Pensó que todavía podía tener suerte y estar sobre la pista de un asesino como los del cine. Y él iba a escribir sobre el tipo. Una duda le asaltó de repente, cuando aparcaba cerca de su casa. ¿Y si el idiota aquel hubiera llamado a otros periódicos?

Se metió en la cama pensando en todo lo que había sucedido esa noche. Y, con el medio mareo producido por los whiskys, entró en un sopor que le llevó al sueño en unos instantes. Tres horas más tarde sonó el despertador. No hizo como en otras ocasiones, en que apagaba el reloj y seguía durmiendo. Saltó de la cama y se lavó y vistió enseguida. Una pequeña resaca nublaba sus ojos. El café le despejó algo.

Salió a la calle y se dirigió a la redacción. No podía dejar pasar el tiempo sin averiguar más cosas sobre su asesino y, de paso, comprobar que ningún otro periodista estuviera sobre la misma pista, fuera o no del “Guardián”.

Cuando, ya en la redacción, llegó a la mesa de Bumper, revisó las notas y tachó la recepción de la llamada del presunto asesino. Luego telefoneó a casa de Bumper.

-Sí. Ya sé que está durmiendo. Dígale que se ponga. Es urgente. Soy Lokis, de la redacción.

Esperó unos minutos. La voz somnolienta de Bumper apareció al otro lado del hilo.

-Oye, perdona por despertarte. Necesito un favor. No le digas a nadie lo del asesino ese. Bueno,

de entrada. No sé si hablaré con el jefe. Creo que primero haré algunas indagaciones por mi cuenta. Bien. Y perdona.

Colgó tras oír la voz de sueño de Bumper protestando por lo que le había dicho y por despertarle a esas horas de la mañana. Sonrió pensando que a su compañero le costaría volver a coger el sueño.

Bajó a la cafetería que había junto a la redacción de “El Guardián”. Entró en la “Moby Dick” y pidió un whisky con cola. Echó un vistazo pero no vio a ninguno de sus compañeros del periódico. Era demasiado temprano para que hubieran bajado a desayunar, aunque no faltaba mucho para que lo hicieran.

Se puso a leer el ejemplar del día de su periódico, que acababa de coger antes de bajar a la cafetería. Echó un vistazo a las páginas de sucesos, revisó un par de noticias redactadas por él y luego ojeó las páginas deportivas. Terminó su bebida y llamó al camarero.

-Ponlo en mi cuenta.

Mientras se iba, el camarero torció el gesto y apuntó en un papel el importe de la consumición del periodista. Cuando calculó la deuda con el último suma y sigue, hizo un gesto de negación con la cabeza.

-¡Prensa!

Lokis salió de la cafetería y empezó a caminar sin rumbo fijo por la ciudad, intentando ordenar sus pensamientos. Cruzó el bulevar del centro y se encaminó hacia el parque central. Hacía buen día y la polución no se notaba tanto como en otras ocasiones.

Se fue cruzando con multitud de personas que caminaban en dirección contraria a él, unos más deprisa y otros como entregados también a sus pensamientos.

Entró en el parque y siguió el camino del centro que le llevaría a la salida de la punta contraria. Siguió cruzándose con muchas personas.

A la altura del pequeño lago con patos se cruzó con otra persona más. Lokis seguía pensando en su asesino, esperanzado de que su historia fuera el eslabón que le hacía falta para mejorar en su trabajo. La persona que se cruzó con él a la altura del lago era un hombre que iba observando a la gente para preparar su siguiente asesinato. Era Eloy Schneider.

Lokis y Eloy siguieron caminando en la misma dirección pero en sentidos opuestos, alejándose el uno del otro.

Eloy llegó a la salida del parque por la que Lokis había entrado a él un rato antes. Apuntó algo en una pequeña libretita, con su letra inteligible y menuda y echó una última mirada al parque como intentando ver al caniche y su amo, que seguían obsesionándole. Dio media vuelta y salió del parque alejándose de él.

Había repasado una y mil veces el suceso de la noche anterior. A primera hora había salido de casa sin haber podido conciliar el sueño, tras volver a su residencia después de efectuar las llamadas telefónicas a comisaría y a la redacción del “Guardián”.

Lo primero que había hecho fue comprar el periódico. En él buscó, página a página, casi párrafo a párrafo, alguna referencia a su llamada al “Guardián”. Lógicamente no había encontrado nada que hiciera relación a ello. También había buscado la nota del hallazgo del cadáver de un hombre junto a una parada de autobús. Nada tampoco.

Eloy se había hecho una composición de lo ocurrido y, finalmente, había considerado lógico el que no encontrara ninguna referencia a ninguno de los dos hechos. Supuso que ciertas personas llaman de vez en cuando a los periódicos dando noticias parecidas a la suya, aunque sin que en esos casos exista una realidad que, al contrario que en el suyo, respalde la llamada. Tampoco encontró, tras pensar en ello, extraño el que no se hiciera mención a la muerte del energúmeno del autobús. Quizá en la edición del día siguiente, alguna nota diera fe de ello. Pensó que podía esperar un día más.

Después de leer “El Guardián”, decidió tomarse un día para pensar. A partir de esos momentos tenía que preparar su segundo “ajusticiamiento”, como decidió denominar a sus futuros crímenes. Lo que tenía claro es que no debía volver a coger la línea de autobús que, por equivocación, cogiera la noche anterior. Sin darse cuenta, o dándosela solamente en su subconsciente, sus pasos le llevaron hasta la calle oscura y desconocida donde se hallaba la parada del autobús en la que acabó con la vida del hombretón. A la luz del día parecía una calle distinta. Había bastante tránsito tanto peatonal como de vehículos. Se sorprendió al verse en aquel lugar. Caminó sin mirar a los lados, como temiendo que cualquier gesto sospechoso por su parte pudiera delatarle. Poco a poco, pensando en lo estúpido de su temor, desechó aquel estúpido miedo: nadie podía saber nada. Pero, ¿y si le reconocía alguno de los pasajeros del

autobús? Miró su reloj y luego alzó la vista hacia el sol que se escondía, en esos momentos, tras una pequeña nube de un blanco níveo. No. Estaba seguro de que no había, en esos momentos, nadie de los que viajaban la noche pasada en el vehículo. Llegó hasta la parada y su corazón dio un vuelco al ver en el suelo, pintado con tiza, el contorno del cuerpo del hombretón. Casi no podía ya reconstruirse el dibujo al haberse borrado parte de lo pintado horas antes. En ese momento, le entró miedo de que alguna persona estuviera asomada a cualquiera de las ventanas o balcones de la calle y le reconociera por haber estado asomada, también, en el momento del crimen. Decidió no mirar hacia arriba para no “despertar sospechas”; recordó que sí lo hizo la noche anterior y que no había visto a nadie.

Miró de pasada el cartel de la parada y vio que el único autobús que pasaba por allí era el número quince. Ese había sido el vehículo equivocado que provocara todo. El número quince. Pensó que era un buen número. Se alejó de la parada. Se concentró, con poco esfuerzo, en el energúmeno y volvió a sentir la sensación de rabia. Se sintió vivo. Se regodeó en la ira. Cada vez se sintió mejor. Así entró al parque, mucho rato después, siempre paseando por la ciudad. Sin casi darse cuenta, volvió a buscar al caniche y al maricón. Siguió su paseo y cruzó el parque, buscando por todas partes seres groseros a los que apuntar en una lista que utilizaría para decidir a quien o quienes iba a asesinar próximamente. Enfrascado en esos pensamientos, no supo que se cruzaba con la única persona en la ciudad, aparte de él mismo, preocupada con su caso, con el caso del asesinato del hombretón. El periodista del “Guardián” Arturo Platt, “Lokis”. Antes de salir del parque, apuntó en su libreta: Marica con caniche.

¡¡¡ CONTINUARÁ !!!