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Novela “Atrapa el Momento” por Entregas Diarias. Capítulo 5.

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Capítulo Cinco.

-No necesito ayuda.

Exactamente lo que ella había imaginado. Luís se hace el duro y se niega a que ella le ayude.

-A mí me importas un pimiento –le miente Miriam-, pero tengo la mala suerte de que has salvado de la muerte a mi hijo. Y tengo la obligación moral de ayudarte.

-Pues te libro de esa obligación moral. En realidad, salté para evitar que se abollara el coche. Era un modelo precioso.

Miriam no sabe si reír o abrirle la cabeza al convaleciente.

-Mira que llegas a ser bestia.

-Además –prosigue Luís-, me gusta romperme algún hueso de vez en cuando. Después, al soldarse de nuevo, tiene más consistencia…

-Eso. Ganan en calcio.

-Pues aunque no te lo creas así es.

-Y tú te rompes algo cada… ¿año?

-Mmm… no exactamente. Pongamos cada tres. Pero ahora hacía mucho que no me rompía nada.

-Claro. Y por eso lo de las roturas múltiples.

-Oye, ¿por qué no me dejas en paz y vuelves a tu oficina, con tus esclavos?

-Precisamente estoy aquí para hacer que uno de mis esclavos trabaje.

-¿No pretenderás que tal como estoy…?

-Lo pretendo. Tienes, por lo menos cuatro meses…

-Tres –le corrige Luís-.

-El médico ha dicho cuatro… o cinco meses.

-Tres y medio.

-Bueno, lo que sea. Tienes un montón de tiempo muerto en el que, aparte de hacer tus ejercicios de recuperación, no harás nada.

-¿Y qué? Eso me gusta.

-Pues a mí no. Y necesito que hagas tu trabajo.

-En la Compañía seguro que ponen a alguien en mi lugar.

-Ya me lo comentaron.

-¿Lo ves?

-Y les dije que no. Que tú ibas a seguir llevando las cuentas.

-Pero, ¿y el material? Los datos, todo… Está en la oficina.

-Ya te iré trayendo lo que necesites. Por lo pronto, esta misma tarde te traen el ordenador. En él tienes, prácticamente, todos los datos que necesitas. Las novedades que se vayan produciendo las recibirás por el MODEM.

-Piensas en todo con tal de tiranizar a la gente.

-Ya sabes que soy una sádica en potencia.

-¿En potencia? En plena actividad.

Miriam ríe. Luís hace lo posible por evitar que se le note que está contento. Pero, en su fuero interno, desde que conoció a Miriam, su vida ha cambiado a mejor. Al principio la detestaba, hasta que se dio cuenta que el rechazo que sentía por ella se debía, en parte y subconscientemente, a la atracción y el poder que ejercía sobre él. En principio a un nivel puramente físico. Le gustaban sus pechos, su rostro, sus labios, sus pies, sus manos y sobre todo, sus piernas.

¡Dios! mío! Qué piernas tenía aquella mujer. Pero, después, al conocerla, supo que también le gustaba por dentro. Que, en el fondo, siempre había estado esperando a conocer a alguien como ella.

Ahora, halagado por la chica que le consideraba imprescindible para el trabajo, sus planteamientos sufrían una convulsión.

Hace cuatro años que había llegado al máximo en su carrera empresarial. Combinando sus estudios de Empresariales y Económicas, con la fundación de una empresa de servicios, alcanzó las notas más altas y la licenciatura de ambas carreras al tiempo que su empresa obtenía beneficios importantísimos. Su vida social era superactiva. Alternaba con las personas más importantes del país. Y su ocio el más caro que nadie pudiera tener.

Fue en un hotel de un famoso pueblo de vacaciones de invierno en Los Alpes, donde conoció a Moira. Se enamoró locamente y la nombró socia de su empresa para demostrarle su amor.

Y todo lo había conseguido sin recurrir a su influyente familia, por sí solo. Pero cuando Moira huyó con todo el dinero, se hundió.

Tardó un año en encontrarla, pero para entonces ella había gastado todo el dinero en cualquier tipo de perversiones… Alcohol, droga, promiscuidad, un nivel de vida que no podía durar eternamente.

Ni siquiera tuvo que vengarse. Moira le suplicó que volviera con ella, que había cambiado. Pero Luís la dejó seguir intentando recuperar su anterior nivel de vida a base de prostituirse.

El que sí cambió fue Luís. A su vuelta, los amigos de antes le dieron la espalda, su familia –sus padres habían muerto en un accidente aéreo. Y decidió que nada valía la pena.

Y que lo último que volvería a hacer era enamorarse. Ninguna mujer, decidió, valía la pena.

El único que le ayudó fue el hermano de su madre. Tras muchas conversaciones, Luís acabó cediendo a los deseos de su tío. Y se incorporó a su empresa… aunque como simple empleado. No quería la más mínima responsabilidad.

Desde entonces. Luís Falagan Rodríguez-Fierro, vegetaba. Según él mismo se repetía continuamente, era feliz.

Descubrió, eso sí, algunas cosas importantes. La felicidad de las cosas sencillas. Algo que nunca había siquiera pensado tras una infancia y una juventud llenas de triunfos personales, de ser el mejor en los estudios, en el deporte (jugaba muy bien a fútbol y a tenis y era record man universitario de los 100 metros libres y de salto de altura), y en el mundo empresarial.

Su tío creía en él. Siempre había creído. Y Don José pensaba que no era del todo malo lo que le había ocurrido.

“Si eres capaz de apreciar otras cosas, la vida en sí misma… si eres capaz de amar, no con esa pasión sin amor que sentías por esa mujerzuela, sino de amar, de verdad, a una mujer de verdad, a las cosas que te rodean, a un soplo de brisa en plena canícula, a la sonrisa de un niño, todo habrá valido la pena. Quizá no vuelvas a ser el triunfador de antaño, pero podrás ser un hombre feliz. Y eso, querido Luís, es mucho más importante”.

Las palabras de su tío resonaban ahora, con más fuerza que nunca, en sus oídos.

-Es curioso –se dijo-, ella siempre recuerda las palabras de una tía suya y yo las de mi tío José. Eso es algo que une.

Explotó en una risotada. Estaba desvariando. Pensó que, con seguridad, además de a las piernas, el golpe le había afectado al cerebro. Volvió a reír. Pero sus pensamientos, como casi siempre en los últimos tiempos, volaron de nuevo a Miriam.

Todo el mundo comentaba en la empresa el profundo cambio que la señorita, según unos, o señora, según otros, Bandera, había experimentado en los últimos tiempos.

Los empleados estaban entusiasmados con ella. Todos habían mejorado el rendimiento. Y ella tenía tiempo para todo y para todos. Además cualquier fallo se lo tomaba con un gran sentido del humor y le quitaba importancia. Salía con Celia, iba al cine, leía, cuidaba de Alex y seguía de cerca la recuperación de Luís.

Los resultados de la producción de la Compañía no sólo iban a más sino que alcanzaban cotas que superaban las previsiones más optimistas.

Tres meses exactos después del accidente de Luís, el subdirector de la empresa se jubilaba. Hubo una guerra de poder entre los jefes de sección y los rumores circulaban a toda velocidad. Don José reunió a los altos cargos de la Compañía y designó como nueva subdirectora a Miriam.

Las felicitaciones y los parabienes de sus compañeros no engañaron a la mujer. Sabía que la envidia había hecho mella en los más pobres de espíritu y que tendría que demostrar el doble que cualquiera de ellos al frente de su nuevo cargo. No recibiría ayudas de aquella pandilla de amargados.

Don José la llamó a su despacho.

-Querida niña, permítame que la llame así por una única vez…

-Usted tiene permiso para todo señor Rodríguez-Fierro.

-Llámeme Don José, por favor, como todo el mundo. Y no me dé patente de corso para lo que quiera… Es una tentación con una mujer tan atractiva como usted.

Miriam sonrió con ternura. Sabía que el viejo cascarrabias hablaba en broma.

-Bien… Como usted podrá suponer, esa pandilla de inútiles no va a ayudarla de motu propio.

-Los conozco. Don José.

-Pero no se preocupe. Que se mueran de envidia.

Miriam ríe ahora abiertamente.

-Yo haré que la ayuden. No puede ser que entre nosotros mismos nos pongamos la zancadilla. La empresa se resentiría.

-¿Y cómo piensa usted hacerlo, si no es indiscreción?

-Ah, querida Miriam. Más sabe el diablo por viejo que por diablo. Y yo soy ya más viejo que todos los demonios. Usted tranquila. Verá como sorprendentemente, todos trabajarán bien y ninguno le hará la puñeta. Y cuando vengan aquí a contarme las cosas espantosas que usted hace o deja de hacer, les haré el caso que se merecen. O sea, ninguno.

-Es usted único, Don José.

-Lo sé, querida amiga. He sido único.

-Y lo sigue siendo.

-Bueno, le diré… Hay una persona joven que vale mucho y a la que tengo un especial cariño, que vale CASI tanto como yo.

Miriam vuelve a reír. Se encuentra siempre a gusto con el viejo cascarrabias.

-Pues no me lo presente, Don José, o me enamoraré de él.

-Ya lo está, querida mía.

-¿Cómo dice?

Miriam, desconcertada, descruza sus piernas y mira muy seria a Don José.

-Que ya está usted enamorada de él.

-No le comprendo… Si es una broma…

-¿Cómo se llama de apellido su empleado Ricardo?

-Pérez –responde Miriam.

-Bien. ¿Y de segundo apellido?

-Ni idea. Pero en el departamento de nóminas lo averiguo si usted quiere.

-No hace falta. Se llama Ricardo Pérez Roldán.

-No entiendo qué tiene que ver esto con…

Don José interrumpe a la chica.

-¿Y María?

-María Juste… No sé qué más.

-Juste Coll –asegura el cascarrabias.

-Le creo.

Miriam está intrigadísima.

-¿Y… Luís?

-Lo mismo. Sé el primer apellido. Luís Falagan.

Muy lentamente, Don José repite el nombre completo.

-Luís Falagan… Rodríguez-Fierro.

Miriam se levanta como impulsada por un resorte.

-Tranquilícese, señorita… Y siéntese, por favor.

Miriam recupera las palabras anteriores de Don José… “ya está usted enamorada de él…” y las últimas “…Luís Falagan Rodríguez-Fierro…”.

-Son… familia.

-Es mi sobrino. Y una de las tres personas que más quiero en el mundo.

Miriam está estupefacta.

-Yo no he tenido hijos. Y Luís es como un hijo para mí… Además de él, y a personas vivas, sólo quiero con locura a mi mujer… y a usted.

-¿A… a mí?

Miriam va de asombro en asombro.

-Sí. Porque es usted leal, trabajadora, sin asomo de maldad… y está enamorada de mi sobrino.

-Pero, ¿cómo…?

Don José vuelve a interrumpirla. Se levanta. Está excitado y contento.

-Oh, yo lo sé todo, querida Miriam. ¿Le he hablado del diablo y de lo viejo que soy? Sí, se lo acabo de decir, ¿verdad? Le voy a contar una historia. La historia de un niño, primero, un muchacho después, que llegó a lo más alto en el menor tiempo inimaginable.

-¿La historia de Luís?

-Efectivamente. Yo hablé con él hace unos meses, poco antes de incorporarse a la Compañía. Siempre hemos sido buenos amigos, además de tío y sobrino…

-Yo también tuve esa relación con una tía mía…

-¿Sí? No sabe cuanto lo celebro. Otro punto más en común entre ustedes dos.

-Ya lo había pensado.

-Cómo no lo iba usted a hacer si es inteligente. Seguro que su tía le dio algunos buenos consejos.

-“Carpe Diem”, repite Miriam por lo bajo. Don José la oye.

-Atrapa el momento. Precioso consejo. Seguro que su tía es una mujer estupenda.

-Lo era.

-Eso es lo malo. Que los tíos, tarde o temprano, también acabamos marchándonos. Por eso quiero contarle esta historia. Si a usted le parece bien, por supuesto.

Miriam se dispone a escuchar la historia del hombre que ama.

-Se lo ruego.

¡¡¡ Continuará !!!